Saltar al contenido

Reseña #663- Los sobrevivientes

32585765_1522350981208249_6171747453209935872_n

Por Joaquín Correa

“La palabra padecer, en latín, deriva del infinitivo pati, que significa “sufrir” pero a la vez “tolerar”, “soportar”. (…) Pati también puede significar, lisa y llanamente, “sentir”. Esta palabra sirvió de base tanto para paciente como para pasión”, leo y remarco en la página 121 del insoslayable Diccionario de Separación, de Andrés Gallina y Matías Moscardi. Los pacientes de Ana Rocío Jouli, imagino solo ahora, podría leerse en esa tríade del padecer, la paciencia y la pasión. Los pacientes son los padecientes y es allí, en ese desliz semántico, donde descubrimos la carga de pathos que cargan en su seno la geología de las palabras. Ana Rocío Jouli explora, en su hermoso texto, el universo hospitalar donde, precisamente, sentir, sufrir, tolerar y soportar son los parámetros por los que se rige una vida paciente en su transcurso hacia una sobre-vida.

Los pacientes es un libro de poemas de personajes y voces. Señor muy enfermo, Enfermera, Nena (que con su entrada en escena a ese “pequeño teatro”, tal como lo define Irina Garbatzky en la contratapa al “universo de seres y cosas” que es el texto, titulan a los poemas, además) y un coro de voces anónimas y entrecortadas van apareciendo de modo alternado e irregular, cada uno con su universo particular y sus constantes, con una longitud del verso que marca la respiración en ese aciago lugar y con un diálogo establecido con el pasado que en el presente es pura historia clínica.

En el primer poema del libro, Señor muy enfermo registra una nueva acepción del trabajo con la expresión, dicha por los otros, de “dar trabajo” y trabajo será, de ahora en adelante, las molestias que les ocasionen a los otros sus cuidados. Así, entonces, comienza registrando el paso de la acción a la pasividad:

Si en vez de levantar hogares

soy alimentado y protegido,

no puedo decir con esta voz

el cuerpo del consejo y la orden.

Y de allí, en tanto precisa ser cuidado, su re-nacimiento, su abandono de los rigores de la paternidad: “Una paternidad que no dice / no funda ninguna herencia”. Todo ello, el dar trabajo, la vida pasiva y el alejamiento del ser-padre lo arrojan a otra dimensión del afecto, que ahora también es algo que, también, debe ser esperado como un consuelo o un descuido y que por ello ya no tendrá la densidad del pasado. Por eso, tal vez, su atención se centre en lo infraleve o infraordinario, el recuerdo del rocío en los respiradores cercanos a la ventana, el alivio, los sueños.

Entrecortando los poemas de Señor muy enfermo y Enfermera que, al menos hasta la manifestación de Nena, se hilvanan en un murmullo íntimo, aparece ese coro rulfiano de voces, que llegan desde el borde entre la vida y la muerte y enuncian, de algún modo y todo el tiempo, el abandono en el que están sumidos y que les otorga la gracia de ser parte de una postrera comunidad: “La contraseña es: todo lo liviano está hecho de renuncia”. De las voces no percibimos la totalidad de sus frases y el sentido, por ello, no está en cada una en sí, imposibles de identificar o nombrar, sino en la totalidad que conforman en tanto coro. Aparecen velando el sueño de alguien y tal vez reparando el vacío que se tiende entre Señor muy enfermo y Enfermera. Sus voces son, en definitiva, la manifestación del miedo y de la falta.

La Enfermera es quien carga con la responsabilidad de los cuidados y que, precisamente por ello, debate consigo misma, a partir de la falta, los roles históricos de la mujer, definidos todos a partir de la imposición de esa categoría del cuidado de los otros, y no de sí. Invisibilizado su trabajo y hasta cierto punto desagradecido, operando entre largos periodos de atención y la exclusión de la intimidad de las visitas de los familiares, sus comparaciones remiten el dolor al reino animal y al vegetal para evidenciar, de algún modo, la fragilidad que le debe a ella su subsistencia. Su trabajo en los cuidados de los otros repone, de forma intermitente, ese vínculo suspendido de los pacientes con sus seres próximos, estableciendo su propia vida no en tanto propiedad suya sino en tanto ortopedia de los pacientes, seres cuya vida titila y amenaza con apagarse:

Pero yo comparto la falta

y los demás animales callan

o se retiran al abrazo

de su mínima pertenencia.

Una madre que no regresa

de buscar alimento

hace llorar a las crías,

pero si alguien acude

a copiar sus cuidados

la pérdida se vuelve

algo breve y sustituible.

Esto es lo más importante:

que no haya a quién

llamar mío.

Al final, la absorción de ese dolor le otorgará a ella el corrimiento de la lógica femenina estatuida (ser-mujer, ser-madre, ser-hija, ser-piadosa) y un nuevo rumbo:

Me estoy convirtiendo en algo

que atraviesa todo dolor,

una forma mínima

de la valentía.

El tiempo lento de los cuidados es el tiempo de los descendientes de Zama, las víctimas de la espera, en ese lugar donde no pasa nada, un hospital, y sin embargo la vida va perdiendo su potencia en lo aséptico y esterilizado del espacio y sus tratos. Las dos actitudes que se esgrimen son la renuncia y el abandono. Quizás por eso, la entrada en el texto de la Nena le brinda un poco de aire y contrarresta el peso, por momentos lúgubre, melancólico o desganado, del resto de los pacientes. La respiración de los versos se prolonga y el universo que despliega su voz es totalmente otro, infantil, natural, cósmico que termina diciendo, inevitablemente, lo mismo, si bien disfrazado, fabulado y con otro empuje. La Nena cuenta historias, se cuenta historias, va extendiendo en el ir y venir de los versos, en su reticular estructura, relatos que hilvanan personajes no enfermos sino incompletos.

Asistiendo a la inesperada agonía de Roland Barthes en el hospital, Foucault le confiaba a sus íntimos que, por no ser el accidente de su amigo en primera instancia mortal y adivinando la pulsión que lo embargaba, lo difícil en un hospital no era morir sino sobrevivir. De esa espera sacó su tenue luz Los pacientes para, desde los gestos posibles y, como tales, mínimos, escenificar un pequeño universo que le regala a la escritura una belleza conmovedora.

Los pacientes (2017)

Autora: Ana Rocío Jouli

Editorial: La Bola Editora

Género: poesía

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *