Por Ana V. Catania
“Lo llamo ‘distancia de rescate’, así llamo a esa variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería.” A partir de este hilo conductor, la distancia de rescate, que acaso se trate, valga la redundancia, del hilo vital y filoso que ata a padres e hijos, y de cómo éste alude a la fragilidad y al abismo que se abre si ese hilo llegara a cortarse, Amanda − la madre de la pequeña Nina− reconstruye una tragedia mundana. La historia de un verano cualquiera, en el campo, que se volverá pesadilla. Amanda narra a partir de preguntas que le va haciendo David, un niño de once, doce años – el hijo de Carla, su vecina de quinta–; con la singularidad de que, mientras cuenta, se está muriendo. Y Amanda sabe – aunque necesita que David, su interlocutor, se lo confirme una y otra vez– que le queda poco tiempo para llegar al núcleo de la cuestión, acaso con la esperanza de redimirse. “Seguí, no te olvides de los detalles. (…) El punto exacto está en un detalle. Hay que ser observador”, insiste, permanentemente, David”.
Amanda habla en la oscuridad, bajo los pliegues de las sábanas de una cama de sanatorio en el que jamás imaginó morir. Siente los gusanos en el cuerpo; lucha y por momentos sucumbe al delirio que trae la intoxicación. David, el niño – una voz al oído de Amanda– es quien la dirige, quien la reorienta; la induce a encontrar el punto exacto de la verdad: el punto en falso que, finalmente, la condena. También lo hace con nosotros. Logra mantenernos inevitablemente sumergidos en un universo estremecedor, hasta llegar a un desenlace espantoso que, sin embargo, no deja de ser humano, demasiado humano. Porque los peligros cotidianos, aunque nos esforcemos por mantener esa “distancia de rescate”, no se pueden medir o calcular. Como lectores somos testigos de una búsqueda desesperada de la verdad a partir de preguntas que van marcando la música, el ritmo vertiginoso del relato. Sí: reconstruimos a partir del diálogo entre Amanda y David, de ese discurso febril e hipnótico; pero también lo hacemos a partir de lo que se oculta, del silencio y el enigma. Porque todo lo que se cuenta está minado de posibles claves.
Para los personajes femeninos, las madres − Amanda y Carla−, el espacio se ha vuelto amenazante, pavoroso: unheimlich, diría Freud. Esto sucede cuando lo conocido y familiar se devela, de pronto, ajeno, extraño. El niño, David, intimidante y misterioso, le ha dicho a su madre: “No soy yo”. Y esa pre-historia tremenda, la historia de un incidente fatal, y un posterior acto de transmigración como única vía de salvación, en voz de una madre aterrada, se desnuda ante los ojos y los oídos de Amanda, para quien ese entorno − que en un principio parecía pacífico− se transformará, en consecuencia, en un espacio inseguro, tóxico, altamente contagioso, para ella y su hija. Un lugar que las expulsa; del que deben irse ya. Pero “a veces no hay tiempo para confirmar el desastre”, profetiza Carla.
En ésta, su primera nouvelle, Samantha Schweblin no se aleja de la construcción, de la búsqueda de tono y forma de sus celebradísimos libros de cuentos (El Núcleo del Disturbio, 2002; Pájaros en la Boca, 2009). La autora– ganadora de los premios Haroldo Conti y Fondo Nacional de las Artes por su primer libro; del Casa de las Américas por el segundo; y del galardón Juan Rulfo de Francia por la categoría cuento en el 2012; y a quien la prestigiosa revista Granta ha seleccionado como uno de los “mejores narradores en español – nos demuestra, una vez más, que la tensión no es exclusiva de los textos policiales o de terror, sino más bien un pacto que el escritor establece con el lector: la expectativa, la promesa de que algo novedoso se revelará de un momento a otro.
Schewblin nos ubica frente al temor latente, un terror sutil, silencioso e invisible −el veneno agrotóxico−, así como frente a elementos fantásticos en clave realista –la curandera del pueblo que transmigra almas de niños con la función de salvarlos–. Debemos afirmar que la novela es un ejemplo maduro y contundente de cómo un hilo finísimo y frágil ata a nuestras historias personales, a nuestras existencias fácticas, con un destino trágico. Y este terrible extrañamiento es procesado en un texto que se sirve de dos voces opuestas y complementarias, como las de los personajes principales y el coro de la tragedia griega, que desenrollan el hilo de la narración de un modo narcótico, sugerente e inquietante.
Distancia de Rescate es, finalmente, el tipo de historia que − haciéndonos eco de una anécdota que la autora refiere en una entrevista− si se lee en el tren, nos obligaría a pasarnos de estación. Varias veces. Y esto, más que un halago, es una señal elocuente de un tipo de literatura que se volverá urgente e insoslayable.
Distancia de rescate (2014)
Autor: Samanta Schweblin
Editorial: Random House
Género: Nouvelle