No puedo narrar.
¿Qué pretérito me serviría
si mi madre ya no me teje más?
“No puedo narrar”, Tamara Kamenszain
Por Joaquín Correa
Fernanda Mugica viene escribiendo, desde que escribe, la serie de su vida. Lo que antes fue la escritura cotidiana de blogs y hoy se ha denominado “alt lit”, no es sino en ella otro movimiento. Un movimiento de lo diario donde el pensamiento y el sentimiento se confunden en un tejido difícil de desentrañar, dado que el punto que han elegido las manos que lo tejen es por demás imbricado y confuso. La confusión, en sus textos, es una preocupación, tanto formal como parte profunda de sus versos. La escritura, como el tejido, será una de las formas para darle orden a ese caos. Aunque no siempre: por momentos, escogerá el caos como su profesión de fe, como su ideología:
la literatura del yo, la escritura de la infancia, todos los
que la odian pertenecen a sociedades secretas
se reúnen a escondidas a pronunciar palabras como un
mantra
“tengo una vida lo suficientemente interesante como para
no hablar de ella todo el tiempo”
podría repetir mi nombre frente al espejo durante miles de
años
Dice con violencia desde el poema que abre Alberta, editado en 2014 por Honesta. Antes, había lanzado una interpelación feroz: “¿si vamos a morir, como podemos amar a nuestros / amigos, a nuestras mascotas, a nuestros objetos de / estudio?”. La literatura del yo, parece querer afirmar, es contradicción: en el mismo poema que se cierra sobre su propio rostro reflejado ad infinitum en el espejo, lanza el dardo para alcanzar a los otros, con el fin último de re-afirmase a sí misma, vida y escritura. “¿No es cansador llamarse siempre igual?”, preguntará en “Ruby dance”, más adelante. Fernanda Mugica no ha escogido la salida fácil del heterónimo para decirse: ha elegido hacerse cargo de la infinidad de personas que se clausuran en el nombre propio. Por eso, en ese movimiento entreverado, Fernanda se sale del verso en interpelaciones más o menos abiertas hacia los otros, un gran otro, por veces particularizado, por veces ella misma. En el cuerpo del poema siempre hay alguien más. La memoria del poema la excede, al tiempo que la resguarda.
habremos heredado movimientos de quién
o qué lenguaje
nos habrá capturado
en qué sintaxis
para que ahora
creas que quiero decir algo
cada vez que me muevo
El poema es un espacio en conflicto porque su memoria es -como la de Alberta, que de tanto en tanto surca con su presencia los poemas- sino heterodoxa de constitución imposible. Si, como se desgrana en “Telegrama”, “las preguntas se responden / dándolas vuelta / empezándolas / por el otro lado”, lo primero que encontraremos en “¿vos también tratás de dar explicaciones cuando te duele / algo?” es que en el inicio de todo está el dolor.
El espacio del poema en Alberta es por veces bastante anárquico. Así, por ejemplo, en uno de ellos se comienza introduciendo un recuerdo (“Recuerdo ahora casi como si hubiese decidido soñar / fragmentos que vuelven sólo porque en el momento no / significaron nada, o al menos no todo lo que querían”), se pasa a la impersonalidad de los verbos en ruso y de ahí al desorden particular de la casa del Alberta. Como si el espacio del poema no le alcanzara para decir todo lo que tiene que decir o como si lo que tuviera que ser dicho fuese el resultado de todas las cosas que conviven en ese espacio pero que se da, se logra o se obtiene más allá de los límites de los versos, Fernanda Mugica pospone para el final del verso siguiente la resolución de las premisas, en una lógica propia que si bien las desestima no deja de buscarlas y enunciarlas.
El problema de Alberta es la memoria, es el olvido. Pero también es el problema de la voz del poema. Como si un proceso de ósmosis invadiera esa relación y la memoria en modo random fuese (re)construyendo un pasado que, por astillado y fragmentario, nunca podrá volver a ser el que se creyó real, el que se creyó el ideal de la salud. De algún modo, la creencia en el vínculo del lenguaje con el mundo es lo que sostiene la voluntad del poema. Wittgenstein llamó a ese dolor del ir contra los límites e imposibilidades del lenguaje con una figura: “los chichones”. El dolor recorre a Alberta. La voluntad de decirlo, de decirse, también. Y Fernanda Mugica lleva adelante su tarea con humor, con ternura y con una fuerza que recorre los versos como a una ciudad devastada.
Alberta (2014)
Autor: Fernanda Mugica
Editorial: Honesta
Género: poesía