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Reseña #4- La soledad de la arrogancia

 

 

 

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Por Janice Winkler

Domingo. La luz del día entra en casa como el reflector de un set fotográfico. Algunos dicen que el 2015 se robó el verano. No estoy de acuerdo, prendo el aire. El mate está servido. No unto las tostadas para no manchar el libro. Arranco Mal Bicho, de Gilda Manso, y lo interrumpo sólo cuando la panza me hace ruido y me acuerdo de la polenta de anoche, con cincuenta por ciento de zanahoria rayada. Está más rica aún, con los sabores asentados en una fiesta química. Vuelvo a la lectura. El protagonista es Gastón, un chico- un joven- un adulto, que cuando quiere caerle bien a un hombre, lo llama “capo” y cuando quiere acostarse con una chica, le dice “sos hermosa”, pero que a todos considera idiotas, inferiores, pelotudos y putitas. Se me cruzan por la cabeza algunas personas que viven en una burbuja ególatra y negativa como Gastón, y me pregunto por qué será que a esas personas se les tiene paciencia. La historia de Gastón corre en esta novela corta a la manera de una cascada que sigue al personaje en su crecimiento biológico y en su devenir como ser humano, cada vez más envidioso y arrogante. Fluye en caída el muy loser. Pienso que Gastón, a pesar de ser antipático, es atractivo y quiero, como lectora, saber cómo sigue su vida. De chico, apela a la fiebre para quedarse en casa y someter a su madre a vivir para su cuidado. Es un manipulador nato. En la adolescencia, cuanto más aprobación busca, menos simpatía consigue de los demás. Ya de adulto, sólo le queda agarrar a los otros de las bolas para lograr sus objetivos. Gastón es un personaje que atrapa. La autora supo hacer que él te manipule hasta el final de su biografía, y muchas veces querés aplastarlo como a una cucaracha.

A través de una tercera persona precisa, despojada de accesorios, Manso arma la vida y la personalidad de Gastón y, por momentos, pareciera como si ese narrador que sólo presenta se metiera en la piel del personaje: “La muy putita se hacía la difícil. No le seguía la charla, seguro quería hacerlo laburar. Son todas iguales. Y ni siquiera estaba tan buena”. Otras veces, se permite pequeñas opiniones acerca de las reacciones de los otros personajes, todos contrincantes, a los ojos de Gastón: “Tomó coraje, se levantó de su asiento y se sentó al lado de la chica. No le pidió permiso ni le preguntó si le molestaba ni hizo nada que apaciguara esta intrusión, esa invasión al espacio personal de su pretendida. Ella, lógico, lo miró con asombro y algo de malestar”. Sin embargo, la autora no arroja moralejas como piedras al lector. En cambio, hace que Gastón se entierre solito por medio de líneas de diálogo que lo desnudan, como cuando le da lecciones a un suegro de cómo hacer el asado: “Héctor, ¿te ofendes si te digo una cosa? Lo estás haciendo mal. Qué raro que nunca se te haya quemado si lo hacés así. Mirá, ¿me permitís? La carne tiene que estar a esta altura, si no te queda quemada por fuera y roja por dentro”; o cuando denigra a una novia delante de sus amigas: “¿Ya agarraste un sánguche? ¿Recién llegamos al cumpleaños y ya estás comiendo? ¿Por qué no hacés como tus amigas, que no comen? Quedás como una desubicada, Paula. Sos la única que está comiendo. Te vas a convertir en una gorda floja, además”.

Este personaje misógino, homofóbico, que no tiene noción de su tamaño en el mundo, me recuerda a Alex, en Postales del abismo, de Carrie Fisher, más conocida como la Princesa Leia que por su talentosa e irónica pluma de escritora. Cuando Alex entra en la clínica de rehabilitación asegura “Estoy rodeado de drogadictos, es degradante”. Dice que basta mirar a Julie para saber que come demasiado; que Wanda está buena, pero intentó matarse, y a él no le gustan los suicidas; que Sid es un gordo imbécil; que el terapeuta Stan es un idiota. A la única que se banca es a Suzanne. No sólo porque es bonita, sino —y sobre todo — porque es una actriz famosa. Por ella podría aguantarse las reuniones de adictos. Después vería a sus amigos y les diría “bueno, fui con mi novia, Suzanne Vale”. En busca de una solución, piensa que podría ir al gimnasio, pero mejor no, porque son todos gay. Tanto Alex como Gastón son negadores. Alex niega su adicción y Gastón niega su soledad. Sin embargo, con todo lo desagradable que pueda resultar, el narrador en primera persona de Postales del abismo, por medio de un fluir de la conciencia con múltiples contradicciones, muestra algún movimiento, mientras que Gastón nunca reflexiona sobre su propia vida.

Ahora, a cocinar y a escanear la biblioteca. Cuando devorás un libro, te dan ganas de seguir leyendo.

Mal bicho (2014)

Autor: Gilda Manso

Editorial: Milena Caserola

Género: novela

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