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Reseña #180- Extraño cotidiano

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Por Miguel Sardegna

La primera vez que quise hablar con Leonardo Romani, me tuve que hacer anunciar por Nilda: la puerta de su despacho estaba cerrada y los vidrios opacos estimulaban la curiosidad.

Hablamos de trabajo, pero también hablamos, un rato, de literatura y editores. A él le sorprendió que yo supiera que era escritor. Cómo te enteraste tan rápido, me dijo. Acabo de llegar. Lo que Romani no sabía es que Gárgola publicó a muchos amigos. Publicó también a mi mujer en una antología preciosa, compilada por el Grupo Alejandría. Hace tiempo que la colección Laura Palmer no ha muerto viene sumando algunos libros fundamentales de la literatura argentina más joven.

Le dediqué mi Horario de oficina, él quedó en traerme Los blindados. Y cumplió al día siguiente. No existe placer más grande entre autores que intercambiar sus propios libros.

Romani da una clave para leer sus cuentos al incluir un epígrafe de Camus al comienzo de Los blindados. “Cualquier hombre, a la vuelta de cualquier esquina, puede experimentar la sensación del absurdo, porque todo es absurdo”. Pero yo creo que más que absurdos, sus cuentos son extraños. Voy a resistir la tentación de ensayar una definición de extraño, que acaso no me deje satisfecho. Entiendo que se trata de una categoría abierta y sugerente.

Es extraño el tachero que asegura ser Dios, aunque su lógica es irreprochable: ¿si Dios está en todas partes, porque hoy no puede conducir un taxi? También causa extrañeza lo que sucede en “Usted va bien”, cuando en un bar cualquiera de Buenos Aires un tipo le pide a otro que deje de atormentarse por mirarle el culo a su cuñada, que lo suyo no es grave. El desconocido lo sabe todo, no solo que su cuñada tiene buen culo. Sabe de las toallas que se robó del hotel, sabe que no siempre paga el tren, sabe cómo lo calienta la pendeja del quinto que se cruza en el ascensor cuando sale a trabajar. Sin demasiadas vueltas, le dice: “No se piense que le vamos a caer con todo el peso de la ley. Sabe las cosas que tenemos que hacer antes de ocuparnos de un pajero”.

El mejor cuento del libro es “¿A dónde pertenecía Gustavo?”. Hay un tipo al que ya nadie le entiende cuando habla. Ni su mujer ni su hijo. Lógico: sus palabras salen en alemán, este tipo ahora habla alemán. Así, de la nada, de un día para el otro, aunque nunca en su vida estudió alemán. ¿Y cómo se lo toma? “No le extrañó tanto, siempre había admirado a los alemanes”.

En los cuentos de Romani, a veces con matones, a veces con esposas o hermanos, hay agudeza para mostrar comportamientos cotidianos. Le bastan algunas palabras para mostrar de qué están hechas las personas que dan vida a sus cuentos. Como cuando leemos que un tipo piensa en conseguir algo para leer y le parece que no tiene sentido comprar el diario faltando tan poco para que caiga la noche. No hay nada más viejo que el diario de la mañana, pero este juicio adquiere una dimensión más aguda en boca de quien se sabe obsoleto. También podemos ver a aquel contador que se hospeda en un bar de La Rioja. Nos alcanza con que nos digan que “hacía mucho que no hablaba con alguien por primera vez”. Del mismo modo, podemos hacernos una buena idea de cómo son los parroquianos que frecuentan ese otro café tan extraño cuando nos susurran al oído que “todos hablaban de la muerte como si ya les hubiera llegado, no como si la estuvieran esperando”.

Recién, hace un rato, leyendo a Eduardo Berti, me acordé del libro de Romani que me dedicó el 28 de enero (lo tengo acá, abierto y boca abajo, no crean que mi memoria es tan buena), y me decidí a escribir estas líneas. Cuenta Berti en El país imaginado que “Gu Xiaogang era funcionario, aunque tenía en simultáneo reputación de poeta, una reputación fundada en unos versos de amor que había compuesto al conocer a su mujer”. 

En la China de Gu Xiaogang, hace más de mil años, ser poeta era una condición necesaria para ocupar cargos públicos. Se trata de la China de la Dinastía Tang, una época de esplendor y florecimiento. ¿Qué es lo que sabían los chinos y se perdió en la noche de los tiempos? ¿Qué virtudes asegura un artista que son deseables para un empleado público?

Volvamos a Romani. En “dreammaker” el narrador nos dice que “nadie sería abogado si pudiera irse de gira con su banda de rock, su melena y sus grouppies”. Nadie sería abogado si pudiera elegir ser feliz. Porque entonces elegiría el rock y el gol a los ingleses y la modelo de Victoria´s Secret. Pero la dicotomía es falsa. Romani lo sabe. Se puede ser rockero y empleado público. O escritor y abogado del Estado. Se me ocurre que aunque todavía nadie inventó el dreammaker, esa máquina que permite soñar con lo que a uno se le antoja, se trata del cuento más personal de Los blindados.

Hace poco conocí a Leonardo en una de las carteras de Estado, decía. No importa cuál, todas son iguales. Todas son una y la misma, como me enseñaron hace poco en un posgrado de derecho administrativo en la Procuración del Tesoro. Cuando actúa cualquier dependencia pública, es el mismísimo Estado el que está actuando. Teoría del órgano, la llaman. Es una ficción, desde luego. Me recuerda a la sentencia wildeana de que no hay hombre que no sea en cada instante de su vida, todos los que ha sido y todos los que será.

Los blindados (2015)

Autor: Leonardo Romani

Editorial: Gárgola

Género: cuentos

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