Por Pamela Terlizzi Prina
Me es imposible leer a Ever Román sin escuchar su tonada, su decir sereno y pausado, y esto, creo, me da ventaja sobre los lectores que no han oído a Ever hablar. Digo esto porque los cinco relatos que componen Falsete marcan el ritmo de una Asunción villana y generosa, dependiendo del cristal con que se mire. Y Ever, justamente, lleva ese ritmo en la voz: esa suavidad infinita para decir barbaridades.
El primero de los cuentos, y el que le da nombre al libro, ubica en Asunción a un grupo de escritores organizando una fiesta para recaudar plata con el objeto de salvar una revista cultural de la quiebra. Lo cuenta “a vuelta de correo”, como dice Bazzano, el protagonista, en un mail extenso y vertiginoso cuyo destinatario es “Román”, un paraguayo que ha logrado dejar el país. Digo “logrado” sin ningún tipo de ingenuidad, porque Falsete no escapa de uno de los asuntos que sobrevuela a los protagonistas de la literatura paraguaya: el exilio. Pienso en Roa Bastos y en Romero, por ejemplo. Parece que el paraguayo siempre está yéndose, y si no, buscando la manera de caber en su propia ausencia, en su propia contradicción: “… yo quería inspeccionar el tormento asunceno […] así que bajé en San Martín y avenida España, al lado de la librería grande que parece un baño de shopping, la librería sin libros, llamada irónicamente El Lector, fiel reflejo de la cultura asuncena, vacía y parecida a un baño de shopping […] bajé en San Martín y España, vaya encrucijada histórica la mía, un libertador americano y la corona española…” Los personajes de Falsete bien podrían ser los miembros de un Club de la Serpiente guaraní, están mayormente desesperados, los ocupa la cultura y la política y las digresiones siempre se les atraviesan; la tertulia tienen un aire cortazariano (Cortázar, otro exiliado) en cuanto a lo fundamental de los objetivos que los mueven, la irónico de sus medios y lo bizarro de los resultados. Falsete contiene guiños, citas, referencias, cuestionamientos para quien quiera leer por debajo del anecdotario, pero además vértigo. Un vértigo que recorre todo, desde la prosa hasta lo narrativo, pasando por el humor, la decepción y la crítica más despiadada. Es un relato urbano y errático, que fluye a enorme velocidad, pintando de cuerpo entero a esa Asunción despareja y llena de desencuentros.
En Ángulo, mediante un hecho tan ordinario como sórdido, se exploran los mecanismos del poder a través de un juego de niños. Dirimir si una pelota suspendida en un arco de fútbol es o no gol, compone una escena colmada de tensión. Es un partido de fútbol, una situación de potrero, pero queda claro desde la infancia misma, que el poder se abastece de gestos obvios, pero también de entramados invisibles. La temible presencia de un árbitro, la desigualdad tácita entre los pibes y los dispositivos del disimulo revelan, en definitiva, el génesis de las cadenas de mando. Esa manera tragicómica de ocupar un lugar en la sociedad.
El corte absurdo y fatal que alcanza Ever en La Venus de Mantenimiento es opresivo. Aún con la habilidad para el relato erótico, la senda dramática trazada, los posibles resortes bizarros, el cuento elabora con una mirada nihilista el panorama de la sociedad actual. Eficaz en Asunción o en cualquier capital latinoamericana, desnuda, en términos políticos, la desesperanza que arrasa a la región. Un estado elefantiásico y una sociedad aplastada, presa de sus propias miserias.
Chupetines es, quizás, el texto más sarcástico del libro. Trayendo el desánimo a cuestas desde La Venus de Mantenimiento, Ever trasmuta ese desaliento en una ironía brillante, aguda, filosa. Es un mapa para pensar las izquierdas latinoamericanas, su derrotismo basal, sus métodos. Una vez más, revelando los mecanismos del poder, pareciera que el triunfo de la militancia política podría cimentarse en silencios oportunos y mera presencia. Nada tiene que ver la prosperidad de un cuadro político (aunque para el caso, se trate del movimiento estudiantil) con acción o convicción. Total, siempre se puede terminar en una orgía que justifique la velada. Coger, la única pulsión primigenia, es el verdadero recurso de la militancia.
Teléfono, el último cuento del libro, es un verdadero retrato de época. En esa bidimensión que parece producir el exilio de los escritores paraguayos, una vez más, el espejo Paraguay/Argentina pone de relieve una escena doméstica, cotidiana. El emigrado conversa con aquel que se quedó en Asunción y el presente de los protagonistas está teñido de pequeñas y grandes muertes, cercanas y lejanas. El hastío, la distancia, la cuestión de clase, todo junto, producen un tejido en el que es imposible adjudicarle a los muertos un valor justo.
El Falsete es una técnica para alcanzar notas más allá del propio alcance. Y dice el protagonista, en ese primer cuento, “es imprescindible que haya voces en falsete para expresarnos cabalmente a nosotros […] somos chillones”. Y ahí, a mi entender, está la clave. Ever amplía el registro, eleva la voz, da con la idiosincrasia de todos nosotros, latinoamericanos que latimos entre la genialidad y la miseria. Retrata esa algarabía y esa energía desaprovechada, a veces irritante, “chillona”, que nos identifica y a la vez nos borra las diferencias.
En suma, Ever habla siempre del poder, de sus atajos y sus perversiones, de opresores y oprimidos que, quizás, no tengan plena conciencia de qué lugar les toca cada vez. Es decir, de política. Habla de la alienación del presente. De que el día se va en distinguir que casi todo es prescindible. Señala con una ironía brutal que nada vale demasiado la pena. Que la cosmópolis aplasta. Te muestra la ruedita del hámster, así tan linda que parece, pero que nunca para. Y te querés matar. Porque el hámster sos vos.
Falsete (2016)
Autor: Ever Román
Editorial: Arandurá
Género: cuentos