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Reseña #710- El arte de contar historias

ronsino
Por Ariel Wasserman
 
En Solo Tempestad conocen y valoran a Ronsino como narrador, sobre cuyas novelas La descomposición, Glaxo y Lumbre escribió Macarena Moraña la primera reseña de la web.
 
Pero en este caso se trata de un breve y heterogéneo conjunto de ensayos mechados con una serie paralela pero integrada de ejercicios narrativos. Con una edición muy cuidada, a cargo de Nurit Kazstelan y Sol Echeverría, que incluye sendas láminas con reproducciones de obras de Tulio de Sagastizábal al comienzo y al final del libro.
 
El autor señala que los ensayos fueron compuestos en forma de unidades mínimas: fragmentos, a veces subidos a las redes sociales, que luego fue uniendo, desarmando y rearmando. El pasaje o fragmento como unidad de texto, síntoma del desgarro del siglo (la crisis de los grandes relatos y de las grandes unidades en general) remite a Walter Benjamin, y en particular a su Libro de los pasajes. No es casual, tampoco, el epígrafe benjaminiano que abre el libro: “Narrar historias siempre ha sido el arte de seguir escribiéndolas”.
 
Dividido en tres partes, que acaso más que temas distinguen períodos. Tal vez Notas de Campo podría considerarse divulgación de teoría literaria. Pueblo, experiencia, memoria, tal como señala el mismo Ronsino (7) son aquí problemas o preguntas o problemas (en lugar de conceptos) a los que se aproxima desde distintos ángulos, con lecturas y juegos comparativos.
 
En la primera parte, Ronsino se pregunta por el ejercicio de la lectura, por la práctica y los efectos. Hace su propio retrato biográfico de escritor, su primer derrotero de lecturas, arbitrario y caprichoso como todos los inicios. Kafka e Ingenieros, José Hernández y Cortázar, Rulfo, Bioy, Sartre y Martini. Cada autor se relaciona con formas de la experiencia, nombres de ciudades, tíos que recomiendan, instituciones que conectan. Vivir y leer (y más adelante, vivir y viajar) en relación estrecha pero ambivalente y acaso (pregunta clásica) reversible. Luego, la poesía -como una imposibilidad personal- plantea otro recorrido: el de las imposibilidades, las voces que no articulan o que no pueden articular más (Lugones, por ejemplo). Más acá, a través de Llinás y Salamone: experiencias de soledad específicas, visuales, narrativas y arquitectónica. Los hoteles de provincia, las conferencias en austria, en fin: estar perdido, como Bill Murray, en la traducción. Y al final, reaparece la fábrica: Glaxo, para volver a insistir con la pregunta sobre la relación entre las palabras y las cosas.
 
La segunda parte sigue más al pie las discusiones clásicas de la teoría literaria del siglo XX. El viaje, la memoria, la identidad y (el fracaso de) la humanidad. Beckett, Eliot y Proust, Saer, Briante y Conti. El problema de la vida moderna y (la imposibilidad de) la experiencia. Sobre el final, algunos favoritos: Pavese y Saer. Y quien marca esas dos coordenadas sabe donde caerá la tercera: Piglia y la escritura como forma de lectura (73). Aquí se cierra el círculo que comienza el epígrafe de Benjamin. Aunque “cerrar” sea una metáfora poco feliz para estos juegos que proponen la apertura infinita.
 
Por último, la tercera parte, brevísima, es también la más novedosa. Nuevas y viejas formas de la objetividad serial, uniendo a Bretón y los algoritmos de la era digital, en el marco del problema (me niego a tratarlo como fenómeno) de las literaturas postautónomas. Aparece ahí el muy interesante experimento literario de Milton Laufer, Lagunas (79 y ss.) novela de la cual no habría dos versiones iguales, pues en cada descarga se articula de manera diferente (y objetiva).
 
 
 Notas de Campo (2016)
 
Autor: Hernán Ronsino
 
Editorial: Excursiones
 
Género: ensayo y narrativa
 

Complemento circunstancial musical:

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