Por Diego L. García
Lo fragmentario es cualidad de la perspectiva posmoderna y desde entonces el modo estándar de nuestro ojo. Pero no toda fragmentariedad trabaja con los mismos parámetros políticos y estéticos. Un paseo (o un desfile o una huida) por el barrio –San Telmo en este caso- puede configurar una intención que complete el modo del recorte; capas de realidad entrevistas y oídas seguidas al mismo tiempo por una estela de lecturas.
Saco de contexto unas líneas que bien servirán para indagar en la propuesta de Hernán Sagristá: “Dos / mundos tan cercanos que casi se tocan, se sobreimprimen”. Esa idea de sobreimpresión es muy interesante para pensar qué ocurre con las partes captadas cuando es hora de ponerlas en el plano del papel; ¿es el poema un objeto vertical? Si avanzamos desde estas consideraciones diríamos que no, pues la experiencia extraída parece configurarse en tiempo real y yuxtaponerse en sí misma: “La pampa húmeda, santuario de Tótems arcade. // Star Force. // Elucubra adormecido elucubraciones de otros. Revisionismo de almohada”, la pampa y un videojuego de los 80, todo a través de “la ventana indiscreta” que da al fondo de las percepciones. La referencia en el epígrafe al film de Hitchcock nos obliga a ahondar en la incompletud como muestra de un mundo “nuestro” y como posibilidad de decir algo sobre el mismo.
“mirar esmerilado y con el eje descentrado hincando / una mulita asada en carrito de costanera parda / no sería hoy el más poronga, sino por aquellas / jornadas gloriosas de fieras trabadas / en cuetazos y bayonetas, aquí una evocación: / aspiraba acólito ruidoso, de iniciado no pasé / por mi andar de pato cabriolado sin pergaminos”. Así la segunda parte del libro incrusta todavía más la trama histórica en la de un yo que nunca se oculta. Más bien, desoculta en sus interferencias. El claroscuro es mecanismo y otro epígrafe ejerce su potencia con Luis de Góngora: “la luna roba menguante la silueta del pastor lacónico / sobre las brasas la bica se consagra espirituosa / transfigura en chamusque que la deja chirle de charqui / ¡pastor matrero alejas tú del rebaño, alejas tú de lo que tal es!”. El pastor-matrero habita una arcadia monstruosa del mismo modo en que las golondrinas hacen nido en los aires acondicionados. La deformidad es parte de una estética que pone en relieve la música extrañada de un devenir poco solidario con el orden. Ello en todo sentido, y bordeando la parodia de una oligarquía de “adobe”.
Cuando hacia la última sección la escritura de Sagristá ya no solo ha descentrado su eje sino que ha producido surcos en espirales indomables, leemos: “que no falten globetrotters de Grand Tour pobre / con servilletas al cogote de banquete al estilo gourmand // gafas que valgan su virar de pampas a ruinas de paleta infausta / no hay trunca montaña en bruma”. La ventana ha perdido el marco. Y el ojo telescópico ha entrado en el vértigo de una Historia desmontada. La fundación mítica del barrio se mezcla con Korean Pop y queridas de Shangai. No hay proas que vengan a fundar la patria, sino un espacio sin orillas: un espacio que se expande para que todo entre en el decir, para que un “ucraniano con acordeón 1990” también pasee (o desfile o huya) del Lugar.
Saint Elmo es un libro sin discreciones. Patea la puerta y luego llama. Hay una sociedad ahí dentro, esmerilada (concepto reiterado en la obra) en una lengua atemporal. Podemos adivinarla y seguir su contorno. Hay, entonces, un mapa y una realidad que se erige hasta los cielos cableados y cae, una y otra vez.
Saint Elmo (2019)
Autor: Hermán Sagistrá
Editorial: Huesos de Jibia
Género: poesía
Complemento circunstancial musical: