Por Pablo Méndez
Existe una leyenda que pocos conocen. Cuando me la contaron por supuesto no la creí, ni siquiera tuve curiosidad profesional por desentrañar una historia que no tenía ni pies ni cabeza. Ni siquiera dentro de la fantasía personal que podía crear para salir de mi aburrimiento diario. Pero todo cambió cuando mi compañero me pasó un número de teléfono y me dijo que si quería sacarme la duda que llamara y que hasta incluso podía escribir una nota para que el jefe dejara de usar cualquier situación extra profesional para echarme. Esa tarde en el horario que los bares modernos llaman after office, Arturo me extendió un papelito arrugado con ocho números anotados temblorosamente. Ya no me importaba si la historia era verdadera o no, tenía una excusa perfecta para que mi jefe dejara de mandarme a escribir perfiles sobre personajes de la farándula o que me hiciera pasar tardes enteras entre los burreros del hipódromo de Palermo para que comentara cómo “El semental caído” le había ganado por una cabeza a “Herradura inclemente”. Salimos del bar y nos prendimos un pucho y nos reímos de una ocurrencia de Arturo: Somos tan mediocre que no podemos salir del estereotipo del perdedor. En pocas palabras nos gastábamos lo poco de nuestro sueldo en cerveza, puchos e invitaciones a comederos del Once a mujeres que encontrábamos en la calle y sabíamos que no nos iban a decir que no. Arturo se fue a cubrir la guardia periodística de la noche y yo tenía pensado caminar las treinta cuadras hasta mi casa buscando la fortuna de una dama que no supiera decir que no. Pero a los pocos metros me metí en un locutorio y marqué el número del papelito que en ningún momento solté de mi mano.
No fue necesario que contara el por qué de mi llamado ni cómo había conseguido el teléfono, del otro lado del tubo apenas escuchó mi “Hola”, una voz avejentada me dijo sin preámbulos Así que usted quiere conocer la historia de Martín Sancia. Me quedé en silencio unos segundos y sin que pudiera responder afirmativamente la voz dijo Venga para el Abasto, a la pizzería Continental, siéntese en la cuarta mesa de la tercera fila del segundo piso, pídase una porción de pizza con anchoas y un balón de cerveza negra. Apenas abrí la boca para decir algo el misterioso interlocutor colgó. Era mi noche libre, no tenía nada que perder y sobre todo me gustaba la pizza de la Continental, así que no pensé más, caminé dos cuadras y me subí al primer 168 que apareció.
Seguí las instrucciones al pie de la letra. Me senté donde debía sentarme, me pedí una porción de pizza con anchoas y un balón de cerveza negra. A esa hora de la noche mi estómago reclamaba su combustible y sobre todo no me importaba ser víctima de una broma de mal gusto o ser la presa de una banda de traficantes que robaría mis órganos para destinarlos a un millonario árabe con alguna insuficiencia médica. Pero el mozo en vez de traerme la comida me acercó en una bandeja otro papelito, esta vez con una dirección y una consigna: Golpee 25 veces si quiere que le abra. No miento si digo que me fastidió bastante el hecho de no poder cenar, pero dejé un billete de 5 pesos de propina, me levanté y me dirigí hacia la dirección indicada. Crucé el Shopping del Abasto, un cartel enorme anunciaba que esa noche comenzaba el Festival de Cine Independiente. Un grupo de hipsters con anteojos de marco grueso se agolpaba en la vereda y hablaban sobre la influencia de Francis Bacon en la obra de David Lynch mientras se pasaban un pipa que desprendía un olor a tabaco mezclado con damasco. También pasé por la puerta de Maldita Ginebra donde un grupo de poetas ensayaban sus versos con botellas de Quilmes en la mano. Por un momento no me sentí tan mal de ser un periodista sin futuro en busca de una historia inverosímil. Si bien me parecía una locura golpee 25 veces la puerta. Mis nudillos hicieron temblar la madera raída de color verde. Nadie contestó. Tuve el impulso de volver a golpear 25 veces mas, en caso de que no me hubiesen escuchado, pero desistí ya que la suma de los golpes sería el doble de lo escrito en el mensaje y temí subvertir la orden que me habían encomendado. De pronto escuché unos tacos que se acercaban. Una japonesa rubia abrió la puerta y con una caída de ojos y un simple movimiento de cabeza me dio permiso para pasar.
¿El rubio es natural?, pregunté estúpidamente y la japonesa sonrió y con su mano me cedió la posibilidad de sentarme. No dijo nada y se encaminó hacia la otra habitación cuyo límite era una cortina con tiritas de hule como las que había en la almacén de mi barrio cuando era chico. Miré a mi alrededor. Había cuadros con imágenes eróticas de mujeres japonesas, un graffiti en una pared blanca que decía “Aguante Barrio Sarmiento” y una pecera que en su interior no tenía peces. Llegué a contar mas de veinte luciérnagas que se chocaban en esa cárcel de cristal. Pero lo que más me llamó la atención fue un cartel con luces de neón que decía “Museo Cruel de Todas las Cosas”. Hace mucho que nadie me visita, dijo una voz en la penumbra de la habitación. Era un hombre viejo de pelo blanco, largo y enrulado, de estatura baja y con una barba enmarañada. No pude verle con claridad el resto de la cara, la túnica le cubría los ojos y menguaba su rostro en una sombra en forma de media luna. ¿Qué es este lugar?, pregunté con cierta autoridad, como si me hubiesen llevado por la fuerza y nadie quisiera explicarme el por qué. Usted está acá para saber qué le pasó a Martín Sancia, le voy a contar la historia mientras le muestro el lugar, dijo el viejo mientras me daba la espalda y caminaba con lentitud hacia las cortinas de hule. Lo seguí sin reparos. El relato comienza así:
Hay varias teorías, mi querido, sobre Martín; permitame que le hable sobre él como si lo conociera en persona, la verdad es que soy un simple guía de este museo y nunca tuve el privilegio de su amistad. Escribió cuatro libros infantiles y dos novelas para adultos y de un día para otro nadie supo nada más de él. Las versiones son muchas. Algunos dicen que partió al exterior debido a deudas que había acumulado gracias al juego clandestino: era asiduo a los torneos de payana en las galería de la calle Florida. Dicen que sus dedos cortos le impedían retener una cantidad necesaria de piedritas en su mano y siempre era vencido por los fiolos del lugar. Incluso se dice que debido a la impuntualidad de sus pagos fue sometido a leer la obra completa de un paupérrimo autor de policiales en menos de dos horas, como castigo. Otros dicen que se dedicó al terrorismo culinario y que en un acto vandálico robó de la puerta de una famosa cadena de supermercado un camión repleto de dulce de membrillo, al que prendió fuego en un descampado de San Miguel. Sonaron fuerte, también, versiones de lo mas disparatadas: desde aquellas que cuentan que se volvió loco y que vaga por los pasillos del Hospital Italiano vestido de médico, ofreciéndole asistencia a las personas que llegan a la guardia, incluso, que hasta llegó a tratarlas de diversos males; hasta las que relatan su obsesión con la literatura y que se recluyó en una casilla en el Delta para escribir una novela de tres mil páginas. Pero lo cierto es, y de esto si puedo dar fe por dichos que gente cercana, que Martín Sancia comenzó a manifestar un comportamiento extraño a partir de su primer libro.
El pasillo era largo y mal iluminado. En la primera puerta la japonesa rubia comía unos fideos con palitos mientras sonaba una canción de Manolo Galván. La segunda era roja, el anciano tomó el picaporte y abrió, un vaho a humedad me tiró hacia atrás.
Esta es la sala que se instaló primero, en homenaje a su primer libro, Breves historias de animales sabrosos, engreídos, enamorados, malditos, venenosos, enlatados, tristes, cobardes, crueles, espinosos… (y otras historias). Hay libros que se abren en cualquier página, sin el respeto que genera la numeración de sus páginas. Para los acólitos es una necesidad que sus textos sagrados reposen en la mesita de luz, bien cerca de sus manos y de su fe ciega, para los bonaerenses es imprescindible la Guía T de bolsillo cuando viajan a esta mutante CABA, para los que se pierden en las letras tal vez El libro del desasosiego de Pessoa sea un manual para que cualquier página les despierte una metáfora cargada de reflexión. Algo así sucede con Breve historias de animales… Un libro que se debe portar aún si se está desnudo, si con espíritu errante caminamos perdidos, si aislados en una isla preferimos una de sus páginas a una botella de agua infinita. Un libro que es un GPS literario en busca de la sensibilidad del lector. La instalación de esta sala estuvo a cargo de un artista argentino muy importante que mediante una técnica revolucionaria creo animales invisibles. Por ejemplo, al lado de su pie yacen los amantes shakespeareanos derretidos por la cicuta salitrosa o allí el hámster que duerme en su ruleta rusa infinita. Pero mejor deténgase en los estornudos de la microbia, tan bien representada por la artista. Y qué decir del elefante que aunque usted no sé de cuenta parte de su cuerpo está en la sala, porque aquí solo entró la trompa. Así fue el señor Martín, no sabía que esos breves relatos se convertirían en imprescindibles para muchos de sus lectores, y no solo los pequeños, sobre todo los adultos. Pequeñas grageas de existencia en tan pocas palabras. El no creo que se haya dado cuenta pero hasta el día de la fecha me arriesgo a decir que es su libro más personal.
La habitación estaba vacía. El viejo estaba loco. Y yo tenía que salir urgente de ese lugar. Estatuas de animales invisibles era lo último que podía necesitar en esa noche. Solo quería tomar alcohol hasta quedarme ciego y dormir entre las piernas sin depilar de una mujer sin rostro. El viejo me sacó de la habitación para continuar por el pasillo hacia la segunda puerta donde se encontraba la próxima sala, la destinada al segundo libro de Sancia, Los poseídos de Luna Picante. Cuando vi hacia adentro casi me desmayé. Una mezcla de película slayer con la ternura de una historia de amor. El anciano continuó con su monólogo de guía turístico:
Los poseídos de Luna Picante es una metáfora de Frankenstein a la inversa. No se creo un hombre a partir de muchos, se crearon varios a costa de uno solo. Pero así mismo, sus lectores podemos pensar en Sancia como un Prometeo moderno de la literatura: algo de Roald Dahl, algo de Tim Burton, algo Maurice Sendak. Mire con qué claridad está representada la muerte de Bruno, su desmembramiento, y en los muchos que se convirtió después de la magia de Voku Zero. Si mira con precisión se dará cuenta de que cada personaje está sobre una gigantografía de un mapa político Nº5 de varios países del mundo, donde cada parte de Bruno llegó para crear un poseído distinto. Un trabajo de excelencia. Preste atención, allí sobre esa esquina mejor iluminada se encuentra la rebeldía del amor; Bimba y Tulus se apartan de su nuevo destino y deciden explorar su amor. Debo decir que esta historia, en realidad todas las mini historias de esta gran historia, fueron el producto de una mente lisérgica, una mente dependiente de la droga mas poderosa que existe, el propio talento. Ni siquiera los Beatles con Sgt. Pepper pudieron recrear en una obra los vericuetos de una creatividad en estado de excitación permanente.
Tomé la libreta que siempre tengo en el bolsillo interior del saco que compré en una feria americana del Ejercito de Salvación, y comencé a escribir desmesuradamente. La historia ya me había atrapado. Ningún escritor en la faz de la tierra había dejado un legado mítico tan rico, Salinger y Pynchon era simples caricaturas. Ya pensaba en las notas que los diarios me harían al dar a conocer esta historia. Todavía no sabía el nombre de mi guía así que se lo pregunté. Por contrato no puedo decir mi nombre, lo siento, se excusó mientras cerraba la habitación con llave, y agregó, esta sala es peligrosa, durante la madrugada siempre escucho pasos y voces, como si los poseídos se prepararan para salir y asustar a toda la ciudad.
La próxima puerta tenía una advertencia en una hoja de cuaderno Gloria pegada con cinta Scotch,: LA MAYOR PARTE DE UNA VIDA ESTÁ EN LOS SUEÑOS.
¿Usted sueña mucho? Bueno, no se preocupe. En esta habitación podrá hacerlo con los ojos abiertos. La mayor parte de la trama de 25 tarántulas transcurre en un sueño del que Santino no puede salir. Cada detalle de la historia es un eslabón que fuera del paisaje onírico alude a la personalidad del protagonista. Un puzzle divertido con espíritu detectivesco. Una narración que merodea todo el aspecto lúdico que caracteriza al planteo ficcional. Las estructuras del cine no le son ajenas al autor, si mal no recuerdo tuvo una formación en esa rama del arte. Si bien todos sus libros infantiles tiene una arquitectura amalgamada con las formas cinematográficas, en 25 tarántulas hay un ida y vuelta entre realidad y universo fantástico como si se tratara de un salto de dimensiones, puro placer visual. Sancia nunca tuvo miedo de tocar temas complejos como el rapto o la muerte en todos sus libros, transpolándolos a un tono de aventuras y enigma, con personajes oscuros que merodean la inocencia infantil.
La sala estaba compuesta por elementos que pertenecían a la trama del libro: tarántulas suspendidas en el aire, hamacas que se movían solas, un saxo tenor sobre una silla que toca una melodía sin que nadie esté soplando sus entrañas y dos empanadas de vigilia sobre un plato en el suelo que desprendían un tenue vapor. Pero lo más espeluznante era una mujer pálida, de pelo largo y negro vestida con un camisón turquesa parada a pocos centímetros de nosotros, sin emitir sonido, con los ojos cerrados. El viejo, casi en un susurro, dijo Vamos, es La Durmiente, si la despertamos no vamos a poder salir mas de esta habitación.
Martín Sancia escribió un libro infantil más, pero la sala no está terminada, lo único que se sabe es que pronto vendrá un artista del exterior a recrear Todas las sombras son mías. Ha llegado una caja llena de piyamas y anteojos negros que se utilizarán para la muestra. Quizás esta obra, en mi humilde opinión, sea la que demuestra la madurez de la escritura de nuestro autor. El halo de oscuridad nunca está ausente, pero lo que sobrelleva la trama es una sensibilidad que se nota gracias a los personajes creados y sus relaciones. Una historia fantástica que tuerce el verosímil para que sus lectores disfruten y amplíen su imaginación. Una historia de terror, por supuesto. Como Los poseídos de Luna Picante y 25 tarántulas. ¿Usted cree en las historias de terror?
No supe qué responder. El viejo me quedó mirando como si mi respuesta fuera de tal importancia que el planeta tierra podría cambiar su rotación gracias a mis palabras. Así que hice lo que todo periodista debe hacer en un momento incómodo como ese: preguntar.¿Quién es la persona encargada de todo esto? ¿Tiene visitas el lugar?¿Por qué se mantiene en secreto?¿Puedo pasar al baño? El viejo sonrió con sarcasmo. Caminamos rumbo a la sala central, pasamos por la habitación donde se encontraba la japonesa rubia y con un grito que me helo la sangre le dijo ¡No te dije que en este lugar está prohibido tomar mate! La japonesa quedó petrificada, yo quedé petrificado y el viejo siguió caminando hasta de atravesó las cortinas de tiritas de hule.
Siéntese, por favor. Voy a contestar a sus preguntas. Con respecto a quién es la persona que creó este lugar, la verdad es que no lo sé a ciencia cierta. Tengo mis conjeturas. Y si no me cree, lo siento mucho por usted. A mi me contrató una consultora y todos los meses recibo un cheque por mis servicios. Soy una especie de sereno que cuando despierta por la mañana las salas ya están preparadas. No pregunto de más, esa es mi política. No hay mucha gente con semejante amor como para crear algo así mas que su esposa, Andrea Viviana Tiveri, y lo puede hacer gracias a las regalías de sus libros. No se olvide que además de estos cuatro libros infantiles nuestro querido escritor publicó dos novelas para adultos obsesionado por la cultura japonesa, Hotaru y Shunga. Supongo que su esposa lo hizo por el amor que muchos de sus amigos le tenían. Por las tardes vienen a lloriquear seguido M.B. y M.R., si doy solo sus iniciales es para no derrumbar la reputación de estos dos escritores (a uno una vez lo encontré masturbándose en una sala y al otro tirado con una botella de Jack Daniels en otra). La otra teoría que tengo es que fue Bruselas, su antigua mujer, que le saca plata a su marido y otrora editor de Martín y la despilfarra en este excéntrico museo. Una forma de limpiar su conciencia, seguro que no lo sabe pero Bruselas traicionó a nuestro autor con su editor. No sé quién dijo que la historia de la humanidad es la historia de las traiciones. Yo creo que la frase es bastante atinada. Por otro lado, tengo que decir que se mantiene en secreto porque la fama de Sancia creció tanto en los últimos tiempos que no queremos que esto se convierta en una especie de santuario como el de Jim Morrison.
¿Usted piensa que Martín Sancia está muerto?, pregunté con exasperación. Tenía que presionar a mi guía para que me dé una respuesta mas concreta.
El fingió su muerte una vez luego de escribir Los poseídos de Luna Picante. No sería extraño que lo haya intentado nuevamente. Pero yo creo en algo más tenebroso. No sé si usted sabe algo sobre ocultismo. Se dice que cuando alguien le vende su alma al diablo ocurren dos cosas. La primera es de público conocimiento: el diablo se queda con el alma una vez fallecido el contratante. La segunda es que si el diablo necesita con rapidez los servicios del alma del individuo en cuestión pero no consigue que este muera por el azar del destino, le provoca gracias a un conjuro una vejez prematura.
¿Y cómo sabe usted eso?, pregunté ya con gran fastidio.
Sabe uno más por viejo que por zorro, mi querido. Ah, casi lo olvidaba. El baño se encuentra en esa puerta azul que tiene a su izquierda.
Entré al baño y me lavé la cara. La pintura de las paredes estaba carcomida, el techo enmohecido, el inodoro era una réplica del de Trainspotting. Nunca había vivido una experiencia tan bizarra en mi vida. Pero algo se había encendido. La llama de la escritura me brotaba de los poros. Tenía que salir de allí y apalear el teclado de mi computadora con mis dedos. Salí del baño y el viejo ya no estaba. Tampoco la japonesa rubia. Los llamé mas por cortesía que por ganas. Pero ninguno me respondió. Decidí irme no sin antes dejar sobre una mesita ratona mi número de teléfono.
Caminé por Corrientes en busca de un bar, necesitaba tomar un trago que me quemara la garganta y me ordenara las ideas. Me metí al primero que encontré. Pedí un Criadores (el presupuesto no me daba para más) y comencé a leer las anotaciones de mi libreta. En determinado momento sentí que alguien me chistaba. Era Pablo Méndez, un antiguo colega, en una mesa contigua. Nos abrazamos y él que tenía un dinero extra (era el director de una famosa web de reseñas de libros y su cuenta bancaria había crecido desmedidamente en los últimos dos años) me invitó una ronda más de whisky. Estaba tan excitado que le conté toda la historia, detalle por detalle. Me asombré cuando me dijo que conocía a Sancia y me confirmó que hacía mucho tiempo que nadie sabía su paradero. Le confesé que iba escribir una crónica que iba a ser estudiada en todos las facultades de periodismo, la historia lo requería. Me contestó que tal vez lo mejor era un cuento pero yo no estaba para esas cosas, yo era periodista, y nunca me había metido en la ficción. Hablamos un rato más y me dijo que se le hacía tarde, que tenía que cerrar la edición de su web del día siguiente. Pagó la cuenta y dejó cincuenta pesos de propina. Se despidió con una frase que me quedó retumbando: Lo mejor de todo es la frase que te dijo el viejo: La historia de la humanidad es la historia de las traiciones. Una vez que se fue metí los cincuenta pesos en mi bolsillo sin que el mozo se diera cuenta.
Breve historia de animales sabrosos, engreídos, enamorados, malditos, venenosos, enlatados, tristes, cobardes, crueles, espinosos… (y otras historias) (2009)
Editorial: Sudamericana
Los poseídos de Luna Picante (2009)
Editorial: Sigmar
25 tarántulas (2015)
Editorial: Sigmar
Todas las sombras son mías (2017)
Editorial: Sigmar
Autor: Martín Sancia
Género: literatura infantil
Un relato «dolinesco» muy bien logrado.