Por Diego L. García
my heart seized like a bee sting, my eyes filled up like an owl
Anne Sexton
¿Qué se sabe antes y después de leer un libro? ¿Qué se sabe desde el reconocimiento de ese objeto: el libro en sí mismo? Poco o mucho, es en esencia una experiencia. Escribió el poeta inglés Philip Larkin: “I feel that my prime responsibility is to the experience itself”. Siguiendo esta línea, no habría un concepto a extraer, una verdad en el fondo que justifique el movimiento de las palabras. “El texto no sabe nada aunque sabe algo. El poeta sabe algo que no es nada. El libro es el que habla y sabe que sabe”, leemos en Maotouying, de Eric Schierloh, publicado recientemente por Fadel & Fadel.
Encontramos definiciones que en realidad son misiles contra la estabilidad de lo que absorbemos como lenguaje del otro: “La mente es otro policía voraz a la espera de su almuerzo”. No solo es LA herramienta humanizadora, etc, etc; el lenguaje interfiere en la construcción mental del mundo, generando entre otras trampas la ilusión de lo que es, lo que debe ser, y lo que no alcanza. En otras palabras: realidad, moral y religión. La perspectiva de esta maquinaria que nos presenta Schierloh es desarticuladora de ese estado que se pretende incuestionable y que ha moldeado la deformidad que llamamos Occidente. Y por qué no, la Obra-Occidente, en oposición al Texto que carece de patria, que no se ha inscrito todavía en un contrato cultural pleno (al menos no como deudor – culpable – pecador, que sí ocurrirá luego cuando su circulación editorial requiera políticas publicitarias para mitigar esos signos oscuros). Reflexiona el poema:
“El texto es el fósil de la experiencia de la escritura. La lectura es la exhumación y (re)creación del fósil en la mente reflectante cóncava/convexa del que lee.
En cualquier caso: el libro es el yacimiento donde todo esto ocurre”.
Una arqueología del sentido, no como hermenéutica sino como reparación de un acontecimiento; “esto [que] ocurre” es el verdadero asunto. Veamos de qué modo el autor organiza la escena de sus restos para una intervención posterior.
Uno de los procedimientos clave es la enumeración, a veces cercana a la enumeración caótica definida por Leo Spitzer, que da pie a algunos interrogantes significativos:
“La rebelión de los Taiping y la autodestrucción de los Taiping.
Si disuelves el tiempo disuelves todas las demás relaciones.
Una corona de humo en torno a un sol mejor.
Eccles Church Tower.
La noche de Año Nuevo de 1285 en Dunwich”.
¿De qué manera este procedimiento resulta valioso para una experiencia menos fosilizada, o menos enterrada en las capas profundas de la letra? Porque el estado ensayístico, de evento continuo, pareciera querer sostenerse aun sabiendo que su suerte como producto estará echada ni bien sea absorbido por el mercado. Sin embargo, Schierloh es claro en su posición política respecto a la edición, y ha generado una válvula de escape teórica muy interesante: desde el año 2012 dirige la editorial artesanal Barba de Abejas, desarrollando una línea de pensamiento fundada en la autoedición, la creación total del libro y la circulación alternativa. No es casual que su poesía orbite en estas ideas. No es casual que el trabajo de edición también sea de rescate y restauración.
La secuencia de versos, diseccionada en oraciones completas, si se mira en profundidad, se une por diversas arterias: 1) la corrosión del sentido por un enfoque ligado a la traducción; 2) el cruce sin aduanas de una lengua a otra; 3) las huellas de lecturas que se entraman en diálogo. En una entrevista aparecida en el sitio Eterna Cadencia en 2019 Schierloh señalaba: “Cada vez estoy más convencido de que en realidad toda escritura es una traducción”. Podemos deducir entonces, hilvanando lo propuesto, que traducir no se reduce para el autor a un pasaje entre gramáticas, sino que hay allí una productividad mayor ligada a la creación y a la materia textual como instancia de pensamiento y de vida. Las lenguas emergen como piezas de un artefacto enterrado. Una espada de bronce no tiene idioma y en su lectura no habrá crímenes que empañen la admiración de los arqueólogos. Los versos de Maotouying son como esa espada:
“Habría que desmontar la idea de signo para escuchar el lenguaje oculto de las cosas que habitan el mundo.
Nog hard aan het werk voor de boekpresentatie van volgende.
A final cry into the void, dice Anne Sexton.
En uno de sus sueños más recurrentes, el tipo hace aparecer comida”.
En una crónica fechada en octubre de 2019 Schierloh hacía una referencia al proceso de este libro en particular: “Escribo desde hace más de un año un texto mimético (y también memético) del texto que está produciendo un hermano. La naturaleza es vaga e imprecisa. Son notas pero también transcripciones de otra clase. Son o quieren ser pequeños rodeos en verso con algo de flujo, pero ocurren al mismo tiempo restallidos de voces ajenas en medio del ruido blanco de la rutina. Hay un registro de momentos en medio de las largas horas y los días. En cualquier caso, y antes que nada, tanto el texto como el procedimiento me sirven para mantenerme alerta”. Algo de lo que apuntamos: el registro como método de una arqueología vital (para ganarle al “ruido blanco de la rutina”, para pasar a un otro lado), la transcripción como diálogo intelectual sin fronteras, la nota como texto en movimiento, el flujo como ritmo de una interioridad sin tributos adeudados. Retornando a los últimos versos citados, “desmontar la idea de signo” es justamente lo que hace el autor. Porque solo de esa manera se evita el trayecto automatizado tierra – Museo de la Cultura, porque solo así esa síntesis de escritura, textura artesanal y ensayo puede derivar en una lectura forjada en el mismo espíritu: una lectura del goce productivo sin mediaciones banales.
Maotouying (2020)
Autor: Eric Schierloh
Editorial: Fadel & Fadel
Género: poesía
Complemento circunstancial musical: