Por Gabriel Pantoja
Pensar el ritmo es articular el cuerpo y el lenguaje.
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¿Qué es Noción de ritmo? Luego de tener este texto entre mis manos, luego de haberlo leído y decir, casi inocentemente: ya el quinto o sexto libro publicado del poeta Pablo Seguí, me veo imposibilitado de hablar de este libro así, vale decir, hablar como si este libro se agotara en este libro; porque hacerlo de tal manera es como si redujese algo que da la impresión de venir de mucho antes de los tiempos y también de un futuro que lo excede, algo avizorándose a todas luces con peso de animal excepcional, y si lo reduzco, y me reduzco a hablar del libro agotándose en el libro, (me) traicionaría.
¿Qué es, entonces, Noción de ritmo? Ahora sí: no solo una reunión sólida y trabajada de poemas que se revela ahora bajo un nombre y una forma y dado cierto tiempo, sino una pieza que esclarece e ilumina anteriores piezas y las siguientes, y acaso también una pieza que enciende con su noción de ritmo una noción del universo.
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Miro a la ventana y nada me prometo. Nada querer; ni olvido.
Dominio del instrumento, se puede empezar así, empezar diciendo, es lo que tiene Pablo Seguí: dominio del instrumento verbal. Pero esto para no decir, lisa y concretamente: Pablo hace lo que quiere. Después o enseguida, aparece el problema con esta última expresión. ¿Puede, alguien, Pablo por dar un ejemplo, escribir lo que quiere? ¿Es sobre lo que se quiere que se consigue escribir? O es precisamente al revés: se repasa mediante el ejercicio de la escritura una escritura que nada quiere. Algo que no estaba, antes de escribir, necesariamente ahí. Porque ¿querría una escritura escribirse acaso? ¿Podría encontrarse en ella rastro de voluntad? ¿O es, de nuevo, precisamente al revés? Ensayemos: se escribe, con el oído se repasa una materia, un encordado casi hecho de sonidos y dibujos, se juega así con que pueda efectuarse un sentido, el sentido luego deviene elemento extraño a la naturaleza del juego; se crea acaso un efecto, y algo, precisamente después, parece querer.
Este puede ser el nacimiento de un sentido, su límpida causación: aparece un parecer que se quiere. Pero este puede ser también la causa de un poema: la aparición, súbita o demorada, de un problema con el sentido. Se escribe por el problema de sentido que hay entre la voluntad de querer y la ausencia de voluntad, ahí donde la cosa y la escritura nada quieren. Pero ocurre todavía un retorcimiento más, una sorpresa. Se escribe por esa no coincidencia entre lo que se dice y pasa, puede decirse y se presenta, lo que se presenta y ocurre que no pasa o es que solo pasaría en un tiempo cuyo asidero no es el lenguaje sucesivo. El ejercicio de escribir, “reguero, disciplina”, dice el poeta, produce así hambre de escritura.
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Deidad inexpresable y propia
Ensayemos nuevamente: la escritura aparece tan pronto queriendo, y en un segundo tiempo el poeta es ese efecto de extrañamiento del sentido que se ve desplazando así su querer hacia el querer de la escritura (Una vez más callar. Una vez más la ruta de vegetar en versos), algo de lo que es imposible saber qué quiere si, es indudable, después de todo parece que algo quiere. ¿Olvido? ¿Decir? ¿Olvidar un decir para decirse? (Deidadinexpresable y propia que agotaba, que retorcía gestos)
El poeta fabrica un sistema de contemplación para hacer su entrega: prestar oído a esa voluntad incierta, misteriosa a veces, como una voluntad de no saber que quiere asimismo decirse, que reluce en la escritura un ritmo o se hace solamente de ritmo y se hunde y flota, en el ritmo, y lanza sus fichas: Agrego otra pobre moneda a la fuente, que ahoga cualquier reflejo asible: demorados.
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Parece como si esto actuara solo o se actuara en el tiempo para que siguiera (a eso) queriéndoselo. Y parece todavía que se actuara –en una escena: el cuaderno– para que siguiera y hubiera tiempo. Como si en ese querer, en consecuencia, hubiera nada más querer que la cosa permaneciese ahí, y tuviese continuidad. La cosa: misteriosa, temporal. Y el que escribe así escribe por la ilusión de una continuidad: en el misterio, en la cosa.
En Seguí la cosa, el tiempo, compone con el ritmo un cuerpo para pensar el lenguaje a la vez que un ritmo para pensar la articulación entre lenguaje y cuerpo.
Es como si se le hubiésemos preguntado al poeta ¿por qué escribe? y nos respondiese: para seguir escribiendo.
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y complacés el hambre que tenías de escritura.
Propongo ahora otro problema. Si no es posible escribir sobre lo que se quiere, es porque es posible hacer de esa imposibilidad un problema a escribir; he aquí el problema como materia de escritura. Un poeta como Pablo entonces desde ahí, desde la conciencia del problema, escribe lo que quiere: si lo que quiere tiene un fondo de imposibilidad. Arriesgo una variación más: Pablo al escribir hace, más bien, nacer una voluntad, y esa voluntad es doble: la de la escritura por una parte y la voluntad del poeta –el que pasa por la escritura– por otra; y luego, como un nudo efectuado por el movimiento que practican esas dos voluntades cuando imprevistamente se entrecruzan o se hilvanan (y cuerpos en la noche se entreveran y gimen como lentas bengalas). Pablo le hace querer algo a la escritura, le hace parecer como si quisiera algo y la escritura lo muestra acto seguido queriendo algo a él, y ahí, solamente o mediante esto, habla.
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ido de los presentes que conversan y concluyen
Es como si la poesía de Pablo así hablase, pero es un habla que juega también en los bordes, juega a meterse ahí donde no es seguro que algo sepa, tampoco es seguro que algo que lo rodea fuera a rodearlo porque sea de este tiempo; bordea de tal manera una materia extraña de sí, pero que resuena ciertamente desde adentro, en las matrices de su propia lengua se verifica la insistencia de otro tiempo, de otra manera de decir o pensar (Palabras inconexas; manoseado camino artificial. Palabras brujas, delirios a dos manos) no siempre piensa el presente, porque el presente es un tiempo que conversa y concluye y Pablo si se dispone a conversar no lo hace siempre para concluir, no piensa el presente sino que se deja pensar por lo actual: que incluye la complejidad del tiempo (diacronías y anacronías y sincronías) y la relación a la tradición; en suma, una tierra incógnita produce ecos en su propia tierra y reverbera, un punto ciego en la tierra vuelve impropia la tierra que sin embargo abona; esa impropiedad es asimismo su materia gozosa, su paraíso: “Mi mate es estropicio de mechas azarosas, y los montes raídos capitulan y acechan” “la boba melladura, el prolijo oxitracio”.
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La escritura fue escapar retornando:
En la poesía de Pablo encuentro una decisión, y por eso una ética –nadie sabe, dice Spinoza, lo que puede un cuerpo y en ese no saber se efectúa pronto una potencia a la que el poeta, como un fiel, casi estoicamente se entrega–, se trata de una entrega y una decisión, una decisión de hacer notar eso que se presenta ante él: la extrañeza con que se compone un cuerpo, la articulación de ese cuerpo al lenguaje, la articulación del no saber del cuerpo al lenguaje del ritmo, la noción de ritmo que es en definitiva la que decide y escande, y orienta. El poeta ahí tantea, juega, lloriquea, presume un alma, se disciplina como un fiel, y abre así un pequeño manantial sobre el que vuelve una y otra vez, en las horas, cada noche, sobre esa materia; y habrá por eso algo inagotable, –él lo sabe, o lo presiente, es un animal que lo ve venir– que con admirable respeto trabaja y administra, y habrá por eso su “reguero”.
Noción de ritmo (2019)
Autor: Pablo Seguí
Editorial: Barnacle
Género: poesía
Complemento circunstancial musical: