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Reseña #755- Aquí me pongo a contar

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Por Griselda Perrotta

¿Para qué contamos historias? Esta pregunta sobrevuela el último libro de cuentos de Jada Sirkin (“Yo, cuento”, Peces de Ciudad, 2018).

A través de relatos con formas que escapan a las clasificaciones tradicionales, el autor propone explorar el quién, el cómo y el cuándo de los cuentos que nos contamos y que contamos a otras personas, hasta llevarnos al límite: el mundo como un extenso y complejo cuento que la humanidad viene contándose desde siempre.

En ese camino también analiza qué efecto tiene lo que decimos en el curso de los hechos. Es decir, cuál es el poder de las palabras.

¿Puede una historia modificar la conducta de quien la escucha? Demos por sentado que sí. En ese caso, ¿hasta qué punto somos libres de elegir contarla o no hacerlo?

¿Cómo te das cuenta de que algo es para contar?”, dice.

Nuestros vínculos laborales, sociales y personales están moldeados por discursos concretos. En general, sabemos lo que podemos o debemos preguntar y, también en general, el abanico de respuestas se limita a un par de opciones. Esto genera relaciones estables, paradigmas seguros donde lo esperable será dicho y también será respondido. En ese contexto, qué ocurre cuando optamos por no participar de la convención, es terreno desconocido.

En el relato “John está feliz”, el protagonista dice: “Un mes más tarde Rony me manda fotos de su hermano, ya en Afganistán. En una de las fotos, un robusto John apunta con una metralleta. Se ve divertido, pleno. La otra imagen es de un grupo de soldados delante de un helicóptero. Parecen un equipo de fútbol, y también parecen estar adonde quieren estar.” Esta porción va seguida de un intercambio donde el protagonista y su amigo hablan de cómo debe contarse la guerra, y cómo esas fotos muestran lo contrario. ¿Hay palabras correctas para contar la guerra? Y si las hay, ¿todos tenemos lo mismo para decir, sea en palabra o en imagen?

El autor sugiere tomar distancia del lenguaje como práctica social, para entender qué se pone en juego cuando decimos, por ejemplo, “lo siento mucho” o “I’m sorry for your loss”. Esas palabras, acuñadas y listas para usar, despliegan en nuestra cabeza una escenografía completa. Sabemos lo que significan y en qué contexto fueron pronunciadas. Es decir, son un lugar seguro. Fueron desarrolladas durante siglos como fórmulas eficientes que nos eximen de pensar, sentir, elaborar y producir una combinación de palabras apropiadas cuando alguien perdió a un ser querido. La convención social venció, en este caso, al vínculo personal. ¿Cómo pasó esto? ¿Qué le decía un hombre a otro en la caverna cuando su madre había muerto? Es posible que para ese entonces la cuestión ya estuviera resuelta de un modo similar a como lo hacemos ahora. Y si no es así, construiremos alguna interpretación que nos sirva, porque todo debe ser interpretado, registrado y definido. Así, a partir de restos de vasijas desarrollamos teorías completas sobre la forma en que se alimentaba un pueblo. Construimos verdades para pisar suelo firme.

¿Es cierto que en las paredes de las pirámides egipcias aparece la imagen de una mujer pariendo en cuclillas? ¿A quién le importa que esto se sepa? Y sin embargo, lo escuchamos y lo leímos tantas veces, vimos libros con esa imagen impresa, y empezamos a repetirlo. Entonces tomamos el dato, la interpretación de la imagen, y la usamos como fundamento para sostener que parir de tal o cual modo es pertinente. Ahora, si yo viajara a Egipto, tomara una foto de los jeroglíficos, ampliara una figura rectangular imposible de determinar y dijera que se trata de un horno a microondas, posiblemente encontraría resistencia, al menos al principio. Porque la historia nos dice que la electricidad y la tecnología necesarias para crear un horno a microondas llegaron mucho después. Pero ¿qué pasa si quien lo dice no soy yo sino alguien con reconocida y probada experiencia en el estudio de la cultura egipcia, alguien con credenciales de muchas universidades, que da congresos y conferencias por el mundo? Sin duda se daría a sus palabras más crédito que a las mías, incluso si estuviéramos diciendo la misma tontería, o la misma gran verdad. Entonces: ¿cómo se construye eso que llamamos “verdad”, eso que nos hace sentir seguros?

La civilización se sostiene sobre lo que cuenta, y también sobre lo que no cuenta (lo que oculta)”. “La humanidad se va contando un cuento, por inclusión y por descarte”, dice Jada.

La humanidad somos nosotros.

Contarnos nuestra propia historia de un modo ordenado, ir dejando registros, nos da seguridad.

Por eso clasificamos hechos con interpretaciones mentales, construimos sistemas morales, éticos y jurídicos para dejar en claro qué es más o menos aceptable en qué contexto social, económico y cultural, y eso nos da tranquilidad.

No obstante, hay una cantidad monstruosa de elementos que dejamos afuera. Las fotos que borramos del celular, los poemas que nunca compartiremos, los mensajes que eliminamos antes enviar, ¿no son parte del trayecto que atravesamos hasta llegar a ese cuento que vamos a contar(nos) con las cinco fotos publicadas, con el poemario prolijo, con otro mensaje que sí enviamos dos días después?  

¿Qué pasa con todos esos nombres, esas caras, esos acontecimientos íntimos? ¿Qué pasa con los libros inéditos?”, pregunta el autor. Qué pasa con las partes que nos pasaron pero elegimos no registrar.

La literatura de “Yo, cuento” deja entrever una filosofía donde se cuestiona la idea de relato oficial como única fuente de construcción y registro de verdades válidas. Dice:

Así como hace cientos de años quemaron (o sólo enjuiciaron) a Galileo por decir lo que decía, hoy quemarían o enjuiciarían a quienes dicen lo que dicen, si lo que dicen amenaza la estabilidad del tejido de relatos que sostiene nuestra civilización (nuestra mente colectiva). La civilización, la identidad del mundo, se sostiene en este mapa de relatos. Los relatos oficiales.

Mediante los cuentos que componen su libro, el autor insta a preguntarnos desde dónde vemos y desde dónde contamos las historias que nos configuran. Nacionalidad, patria, lugar de residencia, quiénes fuimos antes y quiénes somos.   

Nos invita a una aventura tentadora y de riesgo cuando dice: “yo sueño una literatura totalmente entretejida con la vida”.

Yo, cuento (2018)

Autor: Jada Sirkin

Editorial: Peces de Ciudad

Género: cuento

 

Complemento circunstancial musical:

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