Por Griselda Perrotta
Jada Sirkin rompe los cánones de la narrativa contemporánea local. Incomoda, preocupa, emociona. Seduce. Logra lo que tantos intentan y muy pocos logran: relatos simples, personas comunes en situaciones habituales, contados con una óptica que los redefine desde una universalidad que convierte al lector en parte de esos relatos. Sirkin sorprende pero no desde el giro imprevisto, el golpe, lo inesperado (como otros) sino desde una destreza que lo hace ubicarnos en contexto sin explicitar y sin previo aviso. Es decir, cuando entendimos de qué se trata ya estamos atrapados.
Como una telaraña a la que se invita, estos diez cuentos no admiten la neutralidad. La narrativa de Jada conmueve y molesta porque exige un compromiso moral, que él esquiva con soltura al contar sus historias. Y este punto es fundamental: su pluma se despoja de toda pauta y describe personajes de la estirpe más variada. Y, al hacerlo, obliga al lector a tomar postura ante el dilema. Ahí el compromiso.
Sus personajes son frágiles, sensibles, humanos, aunque sean o hayan sido responsables de hechos delictivos, cuestionables, repudiables o simplemente idiotas. Su signo es tal vez la debilidad, y la duda se presenta como un elemento más. En esa luz que Jada permite se filtra la posibilidad de empatizar con lo que menos queremos. Leer a Jada es asumir ese riesgo.
Por lo demás, el autor juega con la cronología de sus relatos sin perder ni una pizca de nitidez, de un modo admirable. El lenguaje es ameno e implacable, cargado de furia. También hay que destacar su manejo del diálogo y la tensión. Por ejemplo:
“Era inevitable, teníamos que prendernos fuego. En noviembre Rocky dijo que quería veranear en la playa y respondí: nunca veraneamos en la playa, si a vos te encantan las montañas. Él llevó la cabeza hacia atrás como esquivando mis palabras. Una cosa no quita la otra, dijo, ¿qué sabés lo que me encanta?
En diciembre insistí con ir a Córdoba, adonde nuestros hijos tenían amigos; pero Rocky dijo que una astróloga le había recomendado el mar. ¿Vos fuiste a ver a una astróloga?, le pregunté y dijo que no, que en una reunión con los amigos de la facultad una astróloga le había dicho que le convenía el mar.
Nos conocimos en las escaleras de la facultad de Ciencias Exactas. Él bajaba y yo subía. Le pregunté adónde estaban los laboratorios de química y me dijo que me acompañaba. Me hizo seguirlo hasta el siguiente pabellón y terminamos en el borde del río. Este es el laboratorio, dijo señalando el agua y después los juncos y un pato perdido. Qué romántico, dije, y nos besamos.”
Jada no narra desde la certeza sino desde la curiosidad. Ese es su punto de partida: la pregunta, el hacia dónde, la cuestión a resolver que no termina de revelarse sino hasta que ya es tarde y estamos involucrados. De un modo sutil y respetuoso, “Todos queremos” invita a repensar los propios valores. Reposiciona la moral como parte del juego de un modo que descoloca y desestructura. Sus personajes no son buenos ni malos (como tampoco lo es el lector por compadecerse o repudiarlos). Sirkin no juzga a sus personajes. Es difícil rastrearlo detrás del relato y hay que hacer un esfuerzo para descubrir (si es siquiera posible) cuál es su postura. Solo cuenta la historia. El resto es responsabilidad del lector.
Matrimonios que se desconocen, amigos que se reencuentran, madre e hija que se descubren, historias cotidianas desde una perspectiva que les da otro matiz. Y con ese matiz Jada propone repensar vocación, éxito, amor, fracaso, amistad, etc.
Dice:
“Recibo felicitaciones de desconocidos mientras debajo de la mesa me aprieto los talones lastimados por los tacos. Después pienso que para mi madre esto va a ser importante y que la voy a sacar a cenar al puerto para celebrar. Corro a casa pensando en llamarla pero decido caer de sorpresa; meto algo de ropa en una valija y me subo al coche. Cuando salgo de Puerto Madryn son las tres de la tarde y tengo la sensación de que no debería viajar. Todo está quieto, como si fuera a caer una tormenta o como si las bestias estuvieran por atacar.”
Los personajes se mueven, avanzan, pero el rumbo es incierto. Posiblemente la intención no sea decir lo que pasó sino llevarnos a descubrirlo.
Sirkin exige al lector un voto de confianza, le pide que se deje acompañar a través del relato sin adelantar sentencia, y esto es fundamental para desentrañar la trama y reponerse al conflicto. Un libro para valientes.
Todos queremos (2016)
Autor: Jada Sirkin
Editorial: Peces de ciudad
Género: cuentos
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