Por Agustina Bazterrica
Fue Italo Calvino el que afirmó: “La ciudad, para el que pasa sin entrar, es una, y otra para el que está preso de ella y no sale.” Luego de leer Ciudades escritas de Fabián Soberón uno entiende que el autor realiza un camino de doble vía: él queda felizmente aprisionado en las ciudades de Estados Unidos que visitó y, con sus crónicas, nos mantiene rehenes dentro de las intertextualidades, los poemas, la lírica y los mapas alucinados que va construyendo. El libro nos invita a un viaje de anomalías, a una visión de la realidad plagada de irrealidades.
El delirio empieza en Buenos Aires, con Soberón hablando con Luis Chitarroni en el zoológico. Entre monos hiperquinéticos, leones con pereza y un elefante violento los paseantes compiten por ver quién leyó todos los libros del mundo y la guerra de citas está iniciada: Wilde, Hamlet, Kafka, Lugones, Walsh, Mansilla, entre muchos otros. Se despiden cuando Chitarroni le entrega una llave escandinava y le explica que va a recibir por correo las indicaciones para saber qué hacer con ella. Nunca las recibe.
La escena en el zoo de Buenos Aires marca el tono del resto del libro. Las crónicas funcionan como el andamiaje principal que se expande en múltiples intertextualidades: cine, arte, literatura se intercalan y enriquecen las confesiones, los poemas y las reflexiones sobre el viaje, las ciudades, la construcción del yo y la misma escritura. Como lo afirma el autor, el viaje es una forma de autobiografía y su mirada tiñe las ciudades con el velo de un ensueño trastocado.
En “Ciudades escritas” hay una feliz convivencia de lo disímil, lo híbrido y lo sorprendente. En una página el lector ingresa en el universo turbio de las mafias chinas, en otra se topa con un homeless o clochard que es un “extraño discípulo de Nietzsche”, en la siguiente se lo impulsa a seguir la pista de Vértigo de Hitchcock, y en la otra se cruza con imitaciones de Marilyn y Elvis que exudan una aire decadente, un glamour desvencijado que se mezcla con el aturdimiento de los turistas sacándose fotos con dos iconos adulterados.
Lynch, Aronofsky, De Chirico, Hopper podrían aparecen en la mente del lector como citas estructurales porque detrás de cada línea se perciben guiños surrealistas, una soledad enigmática, elementos desasosegantes y una nostalgia atemporal. Aquellas personas que conocen las ciudades del libro percibirán, como en el cuadro más famoso de Hopper Nighthawks donde cuatro noctámbulos pasan las horas en un dinner, que todo parece acallado y tranquilo en algunos relatos, pero hay una melancolía palpable que se vuelve siniestra, un clima de extrañamientos sobrevuela. Lo conocido está presente y lo ajeno, aparece siempre detrás, agazapado.
Pero ésta, también, es una obra dirigida a eruditos. Soberón registra los placeres vividos en sus viajes con la lupa de sus múltiples conocimientos porque, como lo declarara Nietzsche, “todo placer requiere eternidad” y esos placeres se vuelven infinitos cuando están enriquecidos por las diversas conexiones y citas que hace el autor.
Ciudades escritas merece una lectura detenida, y sobre todo una relectura porque, así como las ciudades complejas, guarda recovecos y pasajes secretos que pasan desapercibidos en la primera mirada. Es un libro lleno de matices que atrapa al lector y, desde el primer momento -como cuando uno ingresa en el universo de Lynch-, lo invita a querer formar parte de esa geografía desquiciada de la que no se puede salir más.
Ciudades escritas (2015)
Autor: Fabián Soberón
Editorial: Eduvim
Género: crónica