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Reseña #886- Las vidas múltiples

Vidas breves Tapa final 2019

Por Adrián Ferrero

Este es un libro exquisito. Y es un libro culto. Porque cada pincelada de Fabián Soberón se desliza imperceptiblemente hacia la poesía o, mejor, su prosa adopta el brillo de relatos que parecen poemas no tan solo por su brevedad, por su economía, sino por sus destellos. La prosa es tallada como si no refiriera acontecimientos o sucesos sino, en cambio, ella misma fuera el acontecimiento. La escritura es tan cuidada que la función poética se acentúa por sobre la función comunicativa de modo descomunal. Pero de modo subrepticio. Estos relatos son todos tersos.

Naturalmente un libro de estas características, deliberadamente o no, y con matices, remite intertextualmente a otros tantos. Porque, como bien señala el escritor Pablo Montoya en su Prólogo, al que adscribo, desde las Vidas imaginarias de Marcel Schwob a las reescrituras de Borges con su Historia universal de la infamia, hay toda una tradición literaria que, pese a tratarse en los casos anteriores de biografías apócrifas y en muchos casos de tono humorístico o paródico, sí juegan con la ficionalización de la narración de biografías también bajo un formato breve. Esa brevedad, que en algunos casos tuvo efectivamente su correlato en existencias poco extendidas en el decurso del tiempo, para el caso remite, no obstante, a la economía de su representación literaria. Pero también a la adopción de ese formato de escena porque registra un instante, de fotograma porque da cuenta de un momento pero supone una sucesión; de foto, porque hay efectivamente una detención en una representación que plasma una vida mediante un cierto contorno que delinea sus zonas semánticamente más relevantes. No obstante, los momentos de estas biografías que toma Soberón no siempre son los culminantes. Definen, eso sí, de un modo u otro, axiológicamente esas vidas. Connotadas de un modo u otro, según los casos. 

Si bien Fabián Soberón naturalmente en su caso acude a un referente de existencia constatable, esto es, pintores, escritores, músicos, filósofos, cineastas que conocemos,  hay sin embargo en el arte de la narración, mediante una narratología que se despliega en el arte de la escritura de imaginación, un arte de ficcionalizar estas vidas. Que, es verdad, son breves en el manuscrito. Pero simultáneamente son de tal condensación de sentido, que desplegadas en la memoria lectora del receptor, por un lado, una vez leídas. Y desplegadas en la evocación de los detalles de que estemos informados acerca de ellas, serán vidas largas. Vidas extensas. Porque su significado es profundo, semánticamente intenso, quiero decir. No hay ligereza en la narración de Fabián Soberón. Hay una labor de insistencia en extraer el máximo de sentido al lenguaje para hacerlo devenir lengua literaria. Y hay un sinsabor que retoma algunos leitmotivs: la locura, los desencuentros, las pérdidas, las persecuciones…En verdad se trata de un libro de cuentos que nos pone frente al rostro más feroz de la condición humana. Soberón no es complaciente con el lector. No busca la adulación. Va tras otra cosa: lo descarnado.

Pero Soberón al ficcionalizar resemantiza estas vidas. Porque toma escenas  de ellas que, precisamente, mediante la forma de sucintas parábolas vienen a definir en unos pocos trazos certeros (por lo significativos) la esencia, el vigor y el dramatismo con que han tenido lugar. Los rasgos emotivos, sobre todo, que han compuesto el decurso de estas biografías. Más extensas o más breves efectivamente a largo de la Historia, estas vidas son vidas que marcaron hitos de Occidente y en algún caso hasta de Oriente. Este punto resulta crucial. Porque es posible definir su poética, muy en especial, a partir del recorte de figuras que ha elegido para su galería.

También me gustaría señalar que este libro evidentemente ha sido escrito por un hombre culto. Un hombre conocedor. Un hombre renacentista, para decirlo con palabras clásicas. Un hombre que ha sabido conjugar todas las artes pero las ha traducido de sus respectivos códigos originarios al código verbal, en su carácter de narrador (si bien Soberón difícilmente puede disimular su condición de poeta). 

Una poética de la escena entonces, que tiende a referir en un instante, de orden referencial o bien imaginario, lo que ha sido la carga emotiva en sus zonas más exasperadas de las vidas de estos artistas o pensadores. De modo que ese criterio selectivo y al mismo tiempo imaginario de Soberón resulta, incuestionablemente, uno de los aciertos más logrados del libro. La elección de tal momento, de tal escena pero al mismo tiempo el modo singular, bellísimo de narrarla con armonía, con la calma necesaria para paladearla. Estas son algunas de sus virtudes. Porque no hay aquí crispaciones sino un trabajo moroso con el lenguaje. Se lo adivina paciente a Soberón como escritor. Se lo adivina como alguien que no tiene prisas sino más bien está atento a realizar un trabajo fino urdiendo sus tramas, por un lado. Y dándoles la forma más precisa, por el otro. Esto es: procurando conjugar la forma con el contenido del modo más exigente. Desde la diégesis, en primer lugar, las imágenes, que son potentes, jamás nos dejan indiferentes. Y el nivel de la escritura jamás decae. Se trata de un libro homogéneo en su poética y parejo en su calidad. Un trabajo que es verdaderamente de excelencia. 

Cada biografía, esto es, cada narración o cada relato, contiene a una figura central  (y eventualmente la de otros secundarios, como Felice Bauer en la de Kafka, si bien en un punto no lo es tanto) que es la que Soberón pinta en un retrato particular. Y allí, en unos pocos detalles define lo que será la trama que precede, la que acontece en el cuento y la que tendrá lugar en un futuro más o menos previsible, porque a muchas de estas historias las conocemos de antemano. No obstante, también él le otorga a ese futuro un decurso que lo vuelve imprevisible. Así, asistimos a la configuración de sentidos nítidos en el presente libro, sin que ello vaya en desmedro del descubrimiento de aristas novedosas en el plano de la escritura. Se trata de vidas públicas pero, he aquí el punto, de biografías íntimas, privadas plasmadas en ese idiolecto propio de Soberón que naturalmente entabla un diálogo no tan explícito como podría pensarse a priori con las  ilustraciones de Ramiro Clemente. No todo resulta tan visible ni explícito en los dibujos como no todo resulta evidente en este libro. Es más, pese a que se trata de un libro con un formato ilustrado, es mucho lo que debemos reconstruir imaginariamente a partir de estos estímulos sugestivos. De modo que imágenes y textos disparan una serie de asociaciones y significados (pensemos que reunidas ambas esta circunstancia se potencia) de naturaleza indetenible. En la memoria lectora, una vez más, queda el registro de una obra compleja, que destaca precisamente por su infinita riqueza. Por sus múltiples posibilidades connotativas y de una hondura. De modo que si alguien transita este libro desde el cuidado y el detenimiento, se encontrará en él con sorpresas maravillosas por lo inefables. En efecto, hay una sensación en las que las palabras de Soberón nos dejan sin palabras. Pero no sin sensibilidad. He aquí el punto. El libro emociona, se siente desde lo estético en relación con lo emotivo, con repercusiones a fondo en el lector.

En efecto, cada dibujo también es una escena, otro momento, al estilo de las vidas. Puede representar a una persona, a más de una, a un objeto o un paisaje. Pero ese negro sobre gris, esa suerte de pizarra, esa pátina que no perece, entabla un contrapunto que dialoga con la pluma de Soberón. Así, pincel de dibujante de Clemente con pluma de Soberón por momentos parecen un cuadro de Escher o una cinta de Moebius. También, por qué no, el apretón de manos de dos hombres en un mismo arte: el del libro, que comparten, por más que acudan, de modo elocuente pero sin estridencias en ningún caso, cada cual a su propio  oficio. 

Simultáneamente, este libro de Soberón puede escucharse, puede leerse, puede mirarse con detenimiento, puede pensarse, puede, en definitiva, ser apreciado en una temporalidad y una espacialidad imaginarias por todos los sentidos perceptivos humanos concebibles en que somos capaces de captar el arte o las capacidades de simbolización. Precisamente porque sus protagonistas son artistas provenientes de distintas disciplinas que expresivamente se manifiestan mediante diferentes recursos. Estos estímulos magníficos hacen de él una pieza única. En efecto, la dimensión creativa de Soberón ha concebido una constelación de figuras del canon de Occidente en varias artes o disciplinas. No obstante, que haya echado mano de un canon no supone en modo alguno que se trate de un libro que no suponga ni invención reiterativa, ni falta de renovación, ni menos aún que pueda ser confundido con una estrecha y limitada “cultura oficial”. Más bien Fabián Soberón corroe los signos, indaga en sus zonas más oscuras (pero también las más meridianas porque son las más esclarecidas), más inciertas, más sinceras, las menos previsibles, creando un efecto de incertidumbre (fundamentalmente a partir del efecto lírico) tan logrado que empapa al lector de una electricidad subversiva (como todo arte de verdad).

Este trabajo de artesanos de ambos (escritor e ilustrador), juega con múltiples perspectivas que tanto la escritura como el dibujo plantean. Así, lo escrito y lo dibujado (como se sabe) según su índole establecen un punto de vista, el monto de información al que tendremos acceso y definen su calidad. Todos estos componentes son los que plasman una poética compleja que, si me lo permiten, prefiero para el presente caso denominar una “estética compleja”. Porque se trata de lenguajes que configuran mucho más que un trabajo interdisciplinario. Una serie de lenguajes que confluyen de modo totalizador. Es un trabajo en el cual la mirada observa detalladamente y observa también dubitativamente entre el plano de la página escrita (en sus signos lineales diminutos que hace falta desentrañar) y el impacto del dibujo que sobrecoge porque se trata en todos los casos de ilustraciones expresivas, contundentes, estremecedoras, que producen un shock inevitable e inconfundible. Y de la lentitud de la lectura, de su minimalismo, de un trabajo en el cual el lenguaje ha sido esculpido, calado, pasamos a esta suerte de fotograma inventivo que son las ilustraciones. De lo escrito entonces a lo plástico: pero en verdad a lo plástico en ambos casos. Porque en las narraciones no considero impertinente postular que existe una plástica. Hay un arte de la imagen poética que, como es sabido en la literatura (no solo en la poesía) vuelve más tangible el episodio referido. Ello se concreta a partir de figuras retóricas que articulan mediante cierta disposición estratégica del lenguaje literario una manera de dar cuenta de una cierta mirada en torno del mundo (y no de otras). 

Ambos creadores han optado por el camino más difícil. El arte cuidadoso de hacer las cosas con respeto por su tarea, automáticamente se percibe también que con vocación (porque hay sapiencia y hay sabiduría de recursos: hay destreza, quiero decir) y, cerraría yo, de hacerlo de modo desafiante. De hacerlo de un modo revelador para mí porque resulta un emprendimiento de carácter inédito. Inédito por su forma. Inédito por su contenido. Inédito por su excelencia. Una iniciativa encomiable. 

La traducción final, bajo la forma de una antología personal, establece esta vez otra clase de diálogo, del juego de las metáforas, por el que nos venía guiando Soberón a través del lenguaje literario, pasamos al juego de la metonimia. Y al de la diglosia. También al de una equivalencia que nuevamente se pone en coloquio, esta vez intratextual, con el resto del libro escrito en español. De modo que venimos a reconstruir todo lo leído en español mediante un recorte interesante que resulta tan sintomático de su criterio infalible como adecuado en los fragmentos del libro elegidos. Por otra parte, la estrategia nuevamente es inteligente: porque al estilo de un epílogo, originalísimo diría yo, viene a sumar un nuevo continente a este contenido. Agregaría a todo ello un detalle nada menor: se suma otra clase de voz. Una voz que se intercambia, releva, conversa y hasta pulsea con la del mismo Soberón en un español que, lo sabemos, no es el idioma de los países desarrollados (pero quizás sí de la cultura literaria a la cual Soberón en buena medida alude en el libro). Es un autor que trabaja, prácticamente, en este punto de su poética bajo una forma en abismo.

El trabajo colectivo ha sido, ya lo dije, desafiante. Pues ha sido también un desafío. Es el difícil arte de la combinatoria. El arte de la imaginación creativa. El arte de la traducción al francés también como iniciativa curiosa que compone un collage en el cual lengua nativa (para mí, argentino), lengua extranjera (el francés) y lenguaje visual entonces diseñan la arquitectura de un libro que definiría como un libro/objeto. Un libro objeto que  por añadidura es digital y que, así, como toda imagen en fuga, adopta las posibilidades indefinidas de su maleabilidad, de sus recorridos no lineales, itinerarios múltiples para deambular por él con total libertad. La misma libertad con que, clara, evidentemente, estos tres creadores (porque el traductor también lo es, lo doy por descontado) han elaborado una obra riquísima, producto de la alquimia de un sentido radical. Que viene a completarse, nada menos, que con el inesperado pero al mismo tiempo esperado aplauso de un escritor a su vez aplaudido. Estas manos, estas inteligencias, estas sensibilidades fuertes (sobre todo) que mediante un contagio fecundo han realizado una obra de arte sin par. Como tal debe ser leída. Como tal debe ser apreciada, estimada, admirada y espero, humildemente, haberles hecho justicia a estos cuatro hombres que, en una conjura espléndida, en un complot maravilloso, han asestado un golpe maestro a la literatura argentina dejándonos a estas horas, en este día, el regalo testimonial de una estética única en su género: sin precursores y, probablemente, sin herederos.

Vidas breves (2019)

Autor: Fabián Soberón

Ilustraciones: Ramiro Clemente 

Ediciones: Línea Recta

Género: narrativa

 

Complemento circunstancial musical:

 

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