Por Daniel Medina
Nunca he estado en Nueva York. Y sin embargo siento que la conozco muy bien. Todos los que han escuchado a Frank Sinatra, o han visto las películas de Woody Allen, o han leído a Paul Auster o han leído las andanzas de Holden Caulfield, pergeñadas por J. D. Salinger, la conocen. Incluso hemos pasado gran parte de nuestras vidas ahí si hemos acompañado las odiseas Don Draper, en la serie Mad Men y con el personaje de Lena Dunham en Girls. Los ejemplos se multiplican.
En todo esto pensaba cuando antes de empezar a leer Cosmópolis, de Fabián Soberón. Me preguntaba cómo iba a lidiar con la angustia de las influencias. Y La respuesta a esa pregunta la tuve en los primeros párrafos, cuando Soberón evoca la llegada de Fritz Lang a la ciudad. Soberón no rechaza esas influencias, esas contaminaciones, sino que las asimila, porque sabe, sobre todo, que lo que puede contar él no lo puede contar nadie: la historia cotidiana de Nueva York, vista por un latianoamericano. Un marginal, hablando de los márgenes, después de los atentados de las torres gemelas.
Las reflexiones sobre cómo narrar, y cómo narrarse, comienzan en los paratextos, con una frase de Ricardo Piglia:
“No hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Uno se convierte automáticamente en un clown”.
Unas páginas más adelante leo:
Nunca hice un viaje con mi papá. Es una ironía que yo tenga
este amor por los viajes. Y por el registro detallado de los viajes.
Quizás sea una forma de contrarrestar el vacío original. Siempre
pienso en la imposibilidad de escribir una experiencia. La experiencia
es muda o parca. No habla por sí misma. Y cuando intentamos
anotarla hay algo que se borra, que se pierde, que se esfuma.
Sin embargo, tengo el interés absurdo de escribir. La escritura
es una lucha contra una pérdida irreparable, contra el vacío que
se tiende entre la escritura y la vida. Hay un abismo insalvable,
un hiato, un hueco. Pero yo vuelvo una y otra vez sobre el pasado
inmediato o lejano. ¿Para qué?
“Notas sobre una imposibilidad” se podría llamar este libro.
¿Por qué hacer algo que está destinado al fracaso?
Creo que en esta búsqueda de cómo contar lograr contar lo que se ve y se vive, Soberón recurre a la poesía. Soy un lector asiduo de crónicas periodísticas y literarias y nunca había visto poemas intercalados dentro de una crónica/ diario de viaje. Y la decisión es la acertada. Porque el cronista no solo debe registrar lo que pasa a su alrededor, sino captar sensaciones y estados de ánimos, sino que además deben transmitirlos al lector. Y eso solo se puede hacer con la poesía. O con una prosa, que también es poética.
Los protagonistas del libro de Soberón son los otros. En una ciudad acostumbrada a las grandes historias los otros son los que viven en los márgenes, pero también los que tienen vidas simples y comunes. Pueden ser unos centrocaribeños en el metro, y está Bruce, que vende comida árabe cerca de Washington Square ; hay una mujer negra, ya vieja, habla con su nieta en la vereda del Prospect Park.
Una de mis películas favoritas es Manhattan, de Woody Allen. La película comienza con unos planos en blanco y negro de la ciudad, hasta que la voz de Woody Allen dice Capítulo uno, y luego intenta armar el comienzo de una novela que tiene como protagonista a esa ciudad. Capítulo uno, Capítulo uno, escuchamos una y otra vez, hasta que el personaje decide quedarse con un tono, con una forma de contar la ciudad.
Por suerte en Cosmópolis Soberón decide no contarnos una sola Nueva York. Sino que expone las partes que coexisten. Son fragmentos disímiles que Soberón consigue que convivan en armonía, en este libro, que es también un caleidoscopio de una cultura.
Cosmópolis (2017)
Autor: Fabián Soberón
Editorial: Modesto Rimba
Género: crónicas
Complemento circunstancial musical: