
Por Yael Noris Ferri
Saúl Sosnowski acaba de publicar su último libro: El país que ahora llamaban suyo.
El autor escribe lo que podríamos llamar una novela de la memoria. El libro abre una pintura al recordar aquella metáfora que solía repetir Filloy “novelar es pintar”. Estas pinceladas están escritas para trazar otro decir que abre la trama en sus primeras páginas: “Cuando después de muchos meses dejó de mirar el reloj, sintió haberse volcado al tiempo de los silencios y recuerdos”. Esos recuerdos son los que evocan las formas de habitar el amor. En la narrativa prevalece una escena constante que perfora la línea estática del tiempo. En ese espacio aparecen tres personajes que la arman: el padre, el hijo y la madre. Los tres emergen juntos desafiando el reloj, inundados de silencios, retratados por los recuerdos que operan: “Tomados de la mano, el hijo entre sus padres, caminaban hacia la parada del colectivo. A veces en silencio; otras como en agradecimiento, tarareando lo que acababan de oír”. El hijo y el padre serán cómplices, la infancia y la adolescencia será un tiempo de anidar pactos para que la soga no se rompa, Saúl lo cuenta así: “Era su modo de abrazarlo con la mirada; suma de comprensión, ironía y amor». La madre sonreirá, lo llevará de la mano a lo del carbonero, guardará los sobres de las cartas para no perder direcciones, cocinará la torta de miel.
Frente al conocido refrán que afirma cómo el extranjero “viene a hacerse la América”, la novela contrapone que en realidad la América es el hijo. El hijo vino con la lengua del dialecto idish, el hebreo y el español, a vivir la patria del tango, la tierra del mate o mati. La pintura de este cuadro plasma a un padre que decidió ir contracorriente. Mientras los paisanos prometían no tener hijos, bajo la idea de que “esa fue su respuesta ante la iniquidad (…) no tener más judíos para asesinar”. El Idish llegó como la lengua que habitaría la patria, como los hilos de un telar, se entrelazaban en el taller del padre, cosían los tramos del allá y del aquí, unían los continentes y sorteaban el mar, zurcían las heridas del horror, las muertes y asesinatos.
Con el tiempo vinieron otros que se animaron a poblar Buenos Aires y nacieron hijos como apuesta a la continuidad. Si el padre soñó un hijo “contador”, entonces el deseo se cumplió. El hijo cuenta historias para no olvidar, cuenta formas de amar.
Al terminar de leer la novela recordé a Buenos aires como esa tierra de poetas que una vez parió un escritor como Marechal, que escribía así:
“Hay en la casa un Árbol
que no plantó la madre ni riegan los abuelos:
solo es visible al niño, al poeta y al perro.
(…)
Hay en la casa un Árbol que los grandes no vieron:
el enigma es del niño, del poeta y del perro”.
La poética de Sosnowski está presente en toda la novela, existe en ella un enigma que se narra como eco en cada capítulo. Esta es su segunda novela de 126 páginas, editada por Paradiso. Su trayectoria en la literatura es inmensa, ha sido premiado y reconocido en diversas oportunidades. Actualmente dirige su revista llamada “Hispamérica” que, en estos días, publicará su número 150.
Como dice la contratapa escrita por Jorge Aguilar Mora, El país que ahora llamaban suyo consigue expresar la respuesta a “cómo se ama el amor”.
El país que ahora llamaban suyo (2021)
Autor: Saúl Sosnowski
Editorial: Paradiso
Género: novela
Complemento circunstancial sonoro: