Por Jonás Gómez
En estos últimos meses Ediciones Godot publicó, en una edición estéticamente bella, Una vida sin principios, del escritor-caminante-pensador Henry David Thoreau (se trata, ser más precisos, de una reedición/coedición junto a la editorial chilena Alquimia Ediciones). El libro resucita una conferencia dictada por Thoreau el 6 de diciembre de 1854, en el hall del ferrocarril de Rhode Island.
Uno de los ejes principales del texto es el cuestionamiento al rol que ocupa el trabajo en la vida de los hombres, en qué consiste esa actividad diaria que mantenemos a cambio de dinero y qué es lo que dejamos en ese tiempo entregado a cambio de dinero (spoiler alert: para Thoreau el saldo del intercambio suele ser negativo). Lo que plantea el autor como escenario ideal es trabajar lo estrictamente necesario y mantener un vínculo de sumo respeto frente a la naturaleza:
“Si un hombre se adentra en los bosques por amor a ellos cada mañana, está en peligro de ser considerado un vago; pero si gasta su día completo especulando, cortando esos mismos bosques, y haciendo que la tierra se quede calva antes de tiempo, es un estimado y emprendedor ciudadano. Como si un pueblo no pudiese tener otro interés en un bosque que el de cortarlo”.
Pero hay que poner este punto de vista en contexto, porque lo cierto es que, aunque Thoreau creció y vivió en los inicios del desarrollo industrial, del desarrollo de la infraestructura en su país (pensemos en la red ferroviaria, en nuevos pueblos y ciudades, en diques, en la red del telégrafo) y de lógica en cuanto al comercio y explotación de los recursos naturales, pudo ver lo que seguía, las consecuencias del acercamiento humano (predominante) frente al lucro. En esto fue, claramente, un adelantado, un visionario, alguien que podría ser pensado como uno de los precursores de los movimientos ecológicos-políticos-económicos.
Con el avance de la lectura Henry David se ocupa de otros asuntos, como la influencia de los medios de comunicación en la vida diaria en relación a la introspección y la relevancia de la información extra:
“Durante todo el verano e incluso adentrado el otoño, quizá de manera inconsciente, ignoraste los periódicos, y ahora te das cuenta de que fue porque el día estuvo lleno de noticias para ti. Tus caminatas estuvieron llenas de incidentes. Asististe, no a los asuntos de Europa, sino a los asuntos de los campos de Massachusetts”.
O este otro ejemplo, sobre medios de comunicación y política:
“Eso que llaman política es algo tan superficial e inhumano que prácticamente nunca me ha interesado. Los diarios, al parecer, dedican algunas de sus columnas gratuitamente a la política o a los asuntos de gobierno y esto, diría uno, es lo único que los salva (…). Es una extraña era del mundo, esta en que los imperios, los reinos y las repúblicas vienen rogando a la puerta de un hombre privado, y le cuentan sus problemas al oído”.
El libro cierra con un artículo publicado originalmente en 1834 en la revista The dial, cuyo editor era Ralph Waldo Emerson, uno de los principales promotores del Trascendentalismo, en el que a partir de la expresión The dark ages, que hace referencia al medio evo, Thoreau reflexiona sobre la luz, la historia, el tiempo y la obra del hombre. En esas últimas páginas hay, como en el resto del libro, perlas de la escritura. Henry David era lúcido y podía dar muestras de una prosa afilada. Aquí otra muestra de su talento:
“La humanidad parece ansiosa por lograr una retirada ordenada a través de los siglos, reconstruyendo formalmente el trabajo que va dejando atrás, mientras es maltratada por las usurpaciones del tiempo”.
Sin dudas, pese al paso del tiempo, la lectura de Thoreau sigue aportando argumentos frescos y actuales sobre distintos tópicos, especialmente sobre el lugar que ocupa la raza humana (y su relación con el entorno) en esta esfera que llamamos planeta tierra.
Una vida sin principios (2017)
Autor: Henry David Thoreau
Editorial: Ediciones Godot
Género: Ensayo