Por Kuky Bausaldo
“Ése es nuestro deber: no tomar en serio a los mercenarios de la ortodoxia ni aceptar que no hay más salida que la de engordar a los gordos; poner en tela de juicio los dogmas y el catecismo de los ‘economistas’ del sistema; no creer en los anatemas de esta nueva iglesia que amenaza con el infierno a quienes –países y personas– preconicemos no entregarles ni una libra de carne; perturbar permanentemente su opípara seguridad y obligarlos a que mantengan insomne vigilancia, hasta que este libre paraíso para unos pocos estalle y sea posible una verdadera convivencia”, escribió Héctor Tizón (1929-2012) en Somos sobrevivientes, publicado en 2004 pero retomado en Un escritor de frontera (Mil botellas, 2018), una reedición de ensayos, perfiles y crónicas conocidos a principios de siglo que refuerza la vigencia de sus palabras. Si quisiéramos simplificar, podríamos decir que la reunión de estos textos, que inaugura la Colección Varietales de la editorial platense, es un planteo del pasado para una coyuntura que encuentra semejanzas. Pero es bastante más que eso.
Nacido en Salta y crecido en el pueblo jujeño de Yala, donde elegía vivir cuando no se lo impidió el trabajo o el exilio durante la dictadura, Héctor Tizón fue abogado, diplomático argentino, juez de la Corte Suprema de Jujuy y miembro del bloque radical presidido por Raúl Alfonsín para la Asamblea Constituyente. Aunque parezca, no se trata de un mero racconto de su currículum, sino de un primer acercamiento al trasfondo de estas páginas, organizadas en cuatro partes, como cuatro puertas hacia la mirada en la que se engloba su obra (Escritos para el villorio, Inventario de escritores, Tierras de frontera y Veteranos de la tragedia), que reorganizan textos de Tierras de frontera (Alfaguara, 2000) y de No es posible callar (Taurus, 2004). Dicho de otra manera, este libro no es una biografía del escritor, pero al cerrarlo nos encontramos conociendo hacia dónde caminó, de quiénes se nutrió, qué escribió y cuáles eran sus motivaciones.
Desde su niñez estuvo “contando la misma historia”. Sobre la Puna y sus habitantes, de hoy y de siempre; su paisaje inmóvil (“cuando el último de los descendientes de estos tercos pobladores se haya ido, la tierra seguirá igual, las piedras hipnotizadas por la luna, el polvo estremecido por el viento”); sus despojos como el que evidencian las vías del tren, muertas y olvidadas junto con una idea de país integrado; reflexiones sobre sus tías o de cuando estudió Derecho en la Plata (“Así aprendí temprano que el destino de toda contienda de opiniones era otra opinión: la del juez”). Y se preguntó: “¿De qué puede hablar un escritor de ficciones sino de su propia vida, que siempre está absolutamente unida o soldada al mundo y a las gentes que han poblado y pueblan sus ficciones?”. Entre esas gentes, cuenta también las visitas a su casa de Yala por parte de Jorge Luis Borges y de Ítalo Calvino, y recuerda –también defiende–, a escritores como Manuel Scorza, Jorge Calvetti, Raúl Araóz Anzoátegui o Ezequiel Martínez Estrada.
Ubica a la literatura a la misma altura que la política, la ciencia o los medios masivos de comunicación como discursos legítimos y necesarios para narrar el mundo. La tarea de un escritor, enmarcó, “no es cambiar la vida sino reflejarla, fijarla, y no dejarla morir en el olvido (…) para que tengamos la ilusión o la ilusoria chance de vivir otra vez”. Porque “el fin, la finalidad, la ilusión de la literatura no es explicar nada, sino hacernos mejores, más dignos, conmoviendo”.
Al abordar la cuestión política y social fue crítico, señalando además el saqueo histórico a su Puna natal. Sólo en uno, escrito en septiembre de 2003, aseguró que, como una “ocasión excepcional”, se sentía representado por un gobierno, encabezado entonces por Néstor Kirchner. Pero antes, por el año 2000, en medio de protestas contra las “malas administraciones de la pobreza y la incuria”, decía palabras aún con eco: “Lo peor de este modelo quizás no sea la injusticia propiamente dicha, sino la capacidad insensata de su autodestrucción”. También, con las leyes de la impunidad en vigencia, planteó debates para su generación: “Hoy, a veinticinco años de aquel estallido de odio (el golpe de Estado de 1976) sabemos, o deberíamos saber, que la vida está por encima de los axiomas, de las consignas e incluso de toda idea ingenua o fanática de la seguridad (…), y que esa breve vida sólo podrá ser justificada si contribuye a mejorar la de los que nos sigan”.
A las decenas de novelas y cuentos, con medio siglo de recorrido, se agregan estas crónicas, perfiles y ensayos reunidos en Un escritor de frontera. Un rescate cultural de un pasado no tan lejano que, quizás, en algún momento se creyó olvidado, y que en este presente de lenguaje maltratado, de pobreza intelectual y de muerte victoriosa, redimensiona la palabra de Tizón, de quien a su vez nos enriquece “la hondura de su música”.
Un escritor de frontera (2018)
Autor: Héctor Tizón
Editorial: Mil Botellas
Género: ensayo, crónica
[…] Un escritor de frontera (2018, Mil botellas) – Texto publicado en Sólo Tempestad […]