Por Adrián Ferrero
En este curioso libro, Animales, suerte de bestiario contemporáneo pero sin portentos fantásticos sino con matices realistas o, quizás, con leves toques de comparaciones antropomórficas, la escritora argentina Hebe Uhart, fallecida el pasado año, deja un testimonio elocuente y al mismo tiempo risueño acerca de uno de los temas que más fascinaron su imaginación narrativa. En efecto, hubo un interés persistente en ella por los animales, con los cuales la comunicación, como me lo refirió en una entrevista “estaba en pañales”, que marcó una serie de exploraciones que sin lugar a dudas se prolongaron a lo largo de toda su vida y probablemente este libro sea la coronación de todo ese proceso. Y logra alcanzar, en un punto, momentos perturbadores porque pensar en animales es pensar también en aquello que está por fuera del universo de la cultura.
Sus búsquedas tal como las refiere aquí, en algunos casos fueron librescas, en otros mediáticas, en otros producto de sus experiencias vitales. Porque hay una fehaciente documentación producto de haber asistido a zoológicos, participado de expediciones y haber mantenido intercambios con expertos o profanos acerca del tema en cuestión. En efecto, vuelca aquí narraciones, testimonios, descripciones, crónicas (un género que siempre manejó de modo eximio), el resultado de lecturas o que le han narrado especialistas (en muchos casos sobre animales de nuestro país), pero también del mundo entero. Y luego Uhart elabora un friso configurando una suerte de gran relato sobre la alteridad de todo lo que tiene vida pero no es humano (dejando por fuera al reino vegetal, por supuesto), en el que especies y subespecies conviven en un algo parecido a manual de zoológica. Cita fuentes eruditas antiquísimas (como los Presocráticos, la Ilíada, La Biblia, Eliano) u otras más recientes (como Thoreau o testimonios de Clemente Onelli, Konrad Lonrenz y Temple Gardin). Esto da la pauta de que ha habido no solo durante la escritura del libro sino como antecedentes más remotos en su vida el acceso a bibliografía que la familiarizó y probablemente hasta profundizó más aún su curiosidad. Estos libros abordan el comportamiento animal o bien narran anécdotas respecto de su conducta de modo informativo pero no hermético ni erudito.
Si bien Uhart tiende a resistirse a realizar analogías entre humanos y animales, no obstante eso en algunos casos ello resulta inevitable. También, hablando de analogías y fuentes remotas, este libro puede ser leído como una sutil Arca de Noé, por cierto ilustrada con dibujos de su autoría. Estos dibujos cumplen, en palabras de Roland Barthes, una función de anclaje, porque leemos esos textos según una cierta clave y no otra. Y lo más curioso es que en términos generales elige animales autóctonos para dibujar.
Algunos en cautiverio, otros salvajes, a medio camino. Algunos gregarios y, por fin, los definitivamente solitarios o agresivos. Hay momentos del libro verdaderamente asombrosos tanto por lo que depara la narración o las reflexiones que propone como por el modo en que procede a plasmarlos. Hay escenas o frases desopilantes, otras tragicómicas y otras desoladoras. Entre todos estos matices se desplaza una escritura distribuyendo énfasis en lo que de cada animal le interesa destacar a ella (no necesariamente lo que más destaca por consenso). Porque es precisamente en lo menos evidente en lo que Uhart aspira a que nos detengamos. Esa suele ser una de las grandes virtudes, por otra parte, de su poética. Porque encuentra algo valioso o singular en el detalle o en la excepción. Las preguntas que realiza a los expertos no son ortodoxas siempre y aluden más a la construcción de una poética que de un libro informativo.
Uhart también nos pone al tanto de experimentos realizados sobre ellos o con ellos así como acerca de sus resultados, elaborando no sólo el relato de la manipulación de la que han sido objeto sino el relato de lo que hubieran hecho de haber permanecido en libertad. Este contrapunto entre esa suerte de violencia que sobre ellos se ha ejercido y lo que, en cambio, de otro modo hubiera tenido lugar, no hace sino señalar el carácter poderoso de la especie humana por sobre el del resto.
Precisamente me parece que la presencia de zoológicos y rejas (y su caducidad, más un signo del pasado, incluso literalmente exhibiendo una singular semiología) evidencia este afán de Hebe Uhart algo ambiguo: por un lado, disfruta de asistir al espectáculo de las especies animales desde el lugar de testigo. Pero, por el otro, hay una solapada o declarada defensa de la necesidad de libertad de esos animales que por estar en cautiverio padecen consecuencias, en ocasiones mortales. Y ante todo experimentan sufrimiento, si bien ha habido una revisión a fondo de la noción de cautiverio de los animales.
Y creo que una de las cosas más interesantes del libro es que existen zonas de incertidumbre que quedan sin respuesta. Incógnitas respecto de lo que verdaderamente más la intriga de estos seres que no son humanos ¿tienen consciencia? ¿hay alguna clase de emoción posible comparable a las humanas en ellos? ¿así como hay amor entre ellos, se puede hablar del amor hacia la especie humana? Estas parecieran ser algunas de las preguntas. Incuestionablemente comparten con nosotros el don de la vida de modo hasta en algunos casos de naturaleza compleja. Hay una mirada cuestionadora en este libro acerca de quienes axiológicamente les atribuyen bondad o maldad (esto es: postulan en ellos una ética, particularmente quienes los estigmatizan). Y de modo permanente se acude a frases hechas, refranes o dichos en los que se menciona a animales y se predica alguna propiedad de ellos o a través de ellos alguna clase de reflexión. Así, traduciendo mediante figuraciones de estos seres situaciones o características de personas, relaciones o experiencias, es posible advertir la insólita relevancia que han cobrado en la existencia humana los animales. Y Uhart se detiene muy en especial en las sentencias y refranes provenientes del campo, naturalmente una toponimia que pone al desnudo una riqueza sémica incomparable y ejemplar a este respecto. Y los cita. Los coteja y mediante un análisis abierto procede a interrogar a ese lenguaje codificado que parece en apariencia inofensivo, vestido por lo general con la apariencia del humor, pero en el que ella en ocasiones no encuentra inocencia sino claras motivaciones.
Las bestias, así, se terminan volviendo contra sus amos porque tienen el poder de introducirse en el lenguaje humano, en sus expresiones sociales y de su uso colectivo en el marco de una comunidad. De ser intrusos en la semántica de la comunicación humana. Y, como paradoja, en otro sentido, son los humanos los que se han apoderado de ellos para servirse de su comportamiento y descriptivamente predicarlo de otros seres humanos. Esta circunstancia suscita entonces una suerte de contradicción que pauta las relaciones de fuerza entre unos y otros. Porque ¿quién tiene más poder? ¿el que logra que se hable de él o el que habla gracias a otros mediante un acto de apropiación bajo la forma de un dispositivo para caracterizar prácticas sociales? No hay demasiadas conclusiones sino mucho humor en estas tensiones que formulo en mi lectura.
Uhart juega todo el tiempo con el ridículo. A través de lo lúdico, no de lo cruel. Se trata, en este caso, de un juego inteligente, no de una diatriba, una burla o un escarnio. De cada animal se puede decir algo distinto y cada uno de ellos guarda con el ser humano no sólo una relación diferente (en algunos casos distante incluso) sino que también esa relación ubica a las personas en un determinado lugar que puede ser incómodo para ellas. Porque pone en evidencia algún rasgo de su carácter o de su modo de actuar que resulta o absurdo o sancionable. La invasión, la desubicación, la torpeza, la mala educación, desentonar en el marco de una situación social, la exclusión en un determinado contexto, entre otros casos son ejemplos a los que acude Uhart al enumerar y analizar los refranes o dichos tanto de campo como en menor medida los urbanos. Pero los de campo, como es obvio, son los más jugosos porque constituye el espacio que se presta por excelencia a estas gimnasias: es el lugar por el cual circulan los animales libremente, se convive con ellos y cumplen un enorme protagonismo.
Llama la atención también la variedad de especies, lo que confiere al libro una infinita pluralidad y evita la monotonía. Así, jugando con continentes, espacios, ámbitos, etapas y orígenes muy dispares estos animales disparan pensamientos, inferencias y un tipo de imaginación que desata la lectura hacia zonas insospechadas. En efecto, Uhart es radicalmente original.
El juego dialógico entre el lenguaje icónico y verbal al cual parcialmente ya me referí suma potencia al libro. Constituye la posibilidad de contemplar las representaciones mediante las cuales Uhart asiste a los animales desde su particular sensibilidad, por un lado, saliéndose casi clandestinamente de la profesionalización de su oficio en contraste con este otro de orden evidentemente más aficionado. Por el otro, la decisión selectiva de detenerse en algunas especies y no en otras en este inventario que ella expresa sirviéndose de otros recursos. Mediada a través de operaciones de la identidad visual estos dibujos permiten comprender también el modo más o menos nítidos como, desde la sencillez (pero no el simplismo) Uhart comprende de modo cabal a los animales. Y ante todo, los contempla como un gran enigma a desentrañar. Empresa, naturalmente, imposible porque su interior resulta inaccesible, pero que este libro en tanto que tentativa insiste en proponer como un camino para que la escritura indague sin ser una naturalista sino una escritora que se asoma a un mundo interesante.
Animales, entonces, da cuenta de esa zona de incertidumbre en la que un ser humano (para el caso una escritora, a lo que sumo profesora de Filosofía, circunstancia que ha de tener repercusiones ricas en asombro) puede contemplarse desde la semejanza pero también desde la diferencia piadosa que le confiere la posibilidad de devolverle la extrañeza a partir de la cual reconocerse, por un lado. Pero por el otro formular hipótesis acerca de sí misma y sus formas de comportarse y manifestarse. A partir de ver a los animales ella también conoce parte de la evolución que tuvo su punto culminante en la especie humana. En efecto, en más de una oportunidad evoca momentos en que en el balcón de su departamento reflexiona acerca de que ese espacio estuvo habitado hace miles de años por animales inconcebibles. Casi inverosímiles. Tal vez esa sea la cuota de ficción más rica del libro.
Por último, agregaría a todo esto quee Hebe Uhart diera la impresión de buscar restituirles una cuota de dignidad que tanto ciertos científicos como personas desaprensivas o hasta crueles tienden a proceder a manipular o herir a los animales con crueldad. Y, simultáneamente, diera toda la impresión de que hay una toma de partido por el ecologismo sin caer jamás ni en un tono militante ni en un afán persuasivo o edificante. No hay aquí aspiración de moraleja. Por el contrario, Uhart no se propone con este libro atacar ni defender. Simplemente mostrar y describir. Jugar, divertirse y divertirnos. No una sola gota de oportunismo. Pero sí un afán contundente por dejar en claro su posición de que un animal es un ser vivo y como tal tiene ciertos derechos, como por ejemplo a la protección y preservación.
Finalmente, subyace al libro una meditación a fondo acerca de cómo la condición humana ha sometido a los animales a la depredación, volviéndolos o bien una fuente de consumo o bien una suerte de show (recordemos los circos). Hebe Uhart restituye así a los animales una dignidad que merecen y les ha sido sustraída. Animales, adopta la posición activa de alguien que otorga a los animales una voz que naturalmente no pueden concebir (y por lo tanto nosotros tampoco oír). Una prosa cristalina y sin opacidades pero en la cual la construcción de una oralidad fresca pero compleja a la vez se hace cargo de referir estos momentos que cierran un libro encantador en el que todos evocaremos nuestras propias visitas a espacios habitados por animales pero para ser repensados., esto es, en una puesta en crisis de lo naturalizado.
Cerraría con esta reseña una meditación acerca de cómo la peyorativa costumbre humana de utilizar la palabra que titula este libro como sinónimo de ignorancia, falta de modales o ineptitud de modo descalificativo es puesta en cuestión, definitivamente, por Hebe Uhart. La mejor lección sin moralejas.
Animales (2017)
Autor: Hebe Uhart
Editorial: Adriana Hidalgo, Colección La Lengua
Género: crónica
Complemento circunstancial musical: