Por Sandra Gasparini
No hay risas en el cielo, de Ariel Urquiza, es un conjunto de relatos entrecruzados, un espiral que se abre en la madre y se cierra en el padre, graffiti en el que la vida y la muerte son mercancías que se intercambian como cartas en un tapete verde. Y es que en ese cielo que nunca llega a avistarse se pasea envalentonado el Señor de los sicarios, una de las “tres personas más buscadas por la DEA”, ubicuo e inubicable como una divinidad anterior a todo. Dueño de sus mujeres, de sus hombres y de su descendencia.
Lo que hace la diferencia con No hay risas en el cielo es la perspectiva elegida para narrar esa trama que funciona como subtexto de todas las historias: cómo se hace un narco, qué deja atrás, de qué modo urde los hilos del miedo a su alrededor. Las narconovelas son un género con crecientes adeptos en el público televisivo latinoamericano tal vez por esa curiosidad que genera atisbar un mundo cuyas reglas se intuyen, se temen y se disfrutan en la ficción. Urquiza logra encontrar el equilibrio que combina la sorpresa, un tono de naturalidad frente a lo narrado y un juego entre descripciones minuciosas y diálogos tanto ágiles como verosímiles, por disparatados que realmente sean.
Desde los carteles mexicanos hasta las todavía manejables zonas del conurbano bonaerense distintas voces van desmadejándose en un muestreo que no ahorra la gruesa escala del realismo sucio. Voces que combinan las jergas de cada espacio geográfico con una sabiduría que evita las traducciones. Cápsulas de cocaína que terminan explotando en el estómago de una mujer, armas sin balas que matan de todos modos cuando la obsecuencia es el seguro de vida, fantasmas del pasado que vuelven en pequeños detalles o que se indician con un ruido repetido, sonidos que incriminan a la persona equivocada son astillas de una trama que señala sutilmente una conexión entre norte y sur que acaba resolviéndose en las sombras y a favor de un poder omnímodo e imparable. Paradoja necesaria: ese poder mata porque teme ser vulnerado.
Los dioses exigen sacrificios incomprensibles a quienes se atreven a querer fisgonear sus orígenes ocultos por las mentiras o las omisiones en la novela familiar. Este libro extraordinario, premio de cuento de Casa de las Américas 2016, parece advertirnos que en el cielo de los narcos solo hay risas cuando alguien ha muerto.
No hay risas en el cielo (2016)
Autor: Ariel Urquiza
Editorial: Corregidor
Género: cuentos