Por Lucía Alvarez
Hablemos del fetichismo por los talleres de escritura. Están quienes transitan el taller como espacio de aprendizaje y quienes lo detractan. Algunos reductos llegan a ser míticos, la prueba está en las anécdotas que circulan en torno a los talleres de Laiseca, Pablo Ramos, Abelardo Castillo, entre otros. Liliana Villanueva, alumna del taller de Hebe Uhart, llegó a recopilar sus clases en un cuaderno de amenos apuntes acerca de la escritura creativa. Hebe habla del oficio de “saber mirar”. Quien escribe es ante todo un observador de lo que lo rodea.
En ese contexto, Martes 7 funciona como un muestrario de lo que se está gestando en los talleres porteños. Siete escritores. Seis cuentos y dos capítulos de novela conforman esta antología.
Graciela Alemis retrata el pasaje de la niñez a la adultez, el quiebre de una familia bonaerense de clase media y la relación con su padre a través del vehículo que los une: un Pontiac Catalina.
En Ernestina, Elizabet Adriana Jorge relata la relación perversa de una pareja. Su heroína macabra planea una venganza, y en ese plan conjuga un elemento fantástico inesperado.
Podríamos pensar que incluir fragmentos de una novela supone cierto riesgo. Pero Eva Landeck en Máscaras Provisorias logra introducirnos en la atmósfera cine noir de ese relato ambientado en los años de la última dictadura militar. En primera persona y en tono apacible, un joven actor de una compañía de teatro relata las andanzas del grupo. Un asesinato y las pistas que conducen al presunto homicida son los ingredientes que dejarán al lector en suspenso.
El Wáter de los sueños perdidos es un recorrido escatológico y lúgubre por un bar de mala muerte en el que pareciera que nadie tiene nada que perder. Y aún así, tal vez el antihéroe tenga un as bajo la manga y pueda ganar la partida.
Desde la mirada adulta, María Marta Ochoa relata la historia de una niña que desentraña un secreto familiar. Viejas postales, una bolsa verde con soldaditos, hermanos imaginarios y retazos de recuerdos se unen en un patch que el lector tendrá que reconstruir.
Madrugada podría ser un corto isatero. Sórdido, pero con la pizca de humor justa, Héctor Prahim hace un recorte trasnochado de insomnes que deambulan por salas de chat, a la hora en que quedarse despierto es alcanzar el cenit de la decadencia.
En un récord de 30 segundos de lectura, Valentina Vidal nos sumerge en un viaje incómodo con un tachero que cree ser un mensajero de Dios, valiéndose de una carta cuyo mensaje fatal nunca conoceremos.
Buenos Aires de un lado a otro de la General Paz, parejas disfuncionales, la infancia, la soledad y lo que alguna vez fue hermoso y ya no es. Martes 7 quedará como documento de una etapa de este grupo de escritores. Un taller no puede transmitir el oficio de escritor, no todas las consignas funcionan para todos, y hasta cabe plantear la dicotomía: no existen los escritores, sino las personas que escriben. Y si bien esta advertencia es válida, también sucede que el taller funciona casi como un grupo de autoayuda donde todos escriben, se leen, se escuchan y actúan como moderadores del texto ajeno. Desde ese punto de vista, es innegable la función del taller como espacio creativo. Battista habla de la búsqueda de la perfección que persigue quien intenta construir un relato. Una perfección que no depende de un virtuosismo técnico, sino de captar la realidad a través de una mirada propia. Quien escribe, tal vez sin saberlo está emprendiendo esa búsqueda.
Martes 7 (2015)
Autores: varios
Editorial: Ediciones del Dock
Género: cuento