“Para que los santos puedan disfrutar más abundantemente de su beatitud y de la gracia de Dios, se les permite ver el castigo de los malditos en el infierno”
Santo Tomás de Aquino
Por Miguel Vilche
Las letras, las oraciones van desapareciendo poco a poco hasta convertirse por arte literario, en imágenes contorneadas sin límites, en cada uno de los escenarios descritos y los personajes elaborados. Es muy posible que todos los amantes de la lectura pasemos por esta especie de trance onírico donde la propia imaginación juega un papel clave; y esa magia que tienen los libros para apoyarse en nuestra creatividad ve facilitada su empresa cuando de no-ficción se trata, e incluso, cuando lo que ocupa las tramas resulta tela conocida, cultura popular y/o vernácula. Esas texturas tan a mano invaden cada página de Paganos, la antología de cuentos que Alto Pogo compiló con oficio, usando esa sabiduría, aprovechándose de ella, y bien que lo hace.
La edición presenta a cada cuento con una mini biografía de su autor en la portada, seguida del relato y terminando con un grabado ilustrativo que, también, lleva una breva biografía del santo que lo protagoniza directa o indirectamente, en estético papel satinado. Que se encuentre al final no es azaroso, esa posición muestra a las claras que lo importante es el cuento y que la percepción de la historia no debe estar contaminada previamente.
Entre Rios, Jujuy, La Rioja, San Juan, Mendoza, Santa Fe. Una gran parte del mapa argentino se subraya en el libro, en un recorrido que garantiza la ingesta de costumbrismo y paisajes maravillosos. Bandidos, asesinos, celosos, putañeros, todo el variopinto muestrario de personajes desfila por Paganos buscando redención en sus relatos, esa misma redención que buscan los santos paganos y pecaminosos con sus milagros concedidos.
El recurso de usar al santo como protagonista salta a la vista en “Gangrena” de Hernán Brignardello, que narra los últimos días del Gaucho Antonio María, llenos de sangre y dolor, metiéndonos de lleno en las tonadas telúricas del gauchaje. O en “Ardillas”, donde Natalia Rodríguez Simón nos cuenta en primera persona acerca de una pequeña Adrianita que se va convirtiendo en la santita de Varela de la mano de su solidaridad mística; también Nicolás Ferraro nos trae la historia de Pancho Sierra con su muy descriptivo “La sangre en las manos”, una especie de western gaucho con duelo de facones incluidos. “Martina, la tarde” de Cecilia Arrascaeté, con su prosa sencilla pero magnética relata los días de Martina Chapanay con datos históricos. Pero es “La propia sangre para engañar la sed” de Patricio Eleisegui, donde se narra testimonialmente la historia de la Difunta Correa en clave de historia de amor no correspondido, con un brillante uso de la psicología de los personajes.
Pero la propuesta seduce desde el principio no solo como no-ficción; también sus historias ficticias seseadas de la mano de leyendas y mitos tejidos en torno a los santos populares y paganos, que no es otra cosa que los santos no oficializados por la institución pertinente sino legitimados por la gente, por los feligreses y sus dinámicas de fe, son recurrentes en el libro. La cultura popular siempre se amiga con la transgresión, con la idea de reconfigurar los valores impuestos por los organismos regentes, en este caso particular, con el paganismo, y esa fractura de limites siempre seduce.
De esta forma podemos divertirnos con toda la paleta de géneros que más cerca quedan, que no son otros que el terror, el suspenso, el policial y el humor, como en los viejos carnavales de la Edad Media o en las fiestas paganas de los años de la Reforma y la Contra Reforma. Máscaras, monstruos, historias bizarras, escatología, sadismo, perversión, bailes, lujuria, exageración; todos estos escenarios eran revisitados en los eventos paganos donde la contracultura se la agarraba con las normas impuestas. Esas mismas transgresiones se naturalizan en Paganos como una montaña rusa de sensaciones escritas a pulso nervioso en la orilla larga que separa el inmenso mar de fe y la amplia playa pegajosa del escepticismo.
El politeísmo parece arraigado en la genealogía del argentino, sobre todo en el del interior que no sólo respira el aire aborigen sino que además tiene a mano el escenario ideal, lleno de oscuridad, de sombras enmarcadas por bosques añejos, montes solitarios y lagunas imponentes que desbordan el misterio de la naturaleza en extensas e interminables llanuras. Las velas, el fogón, la madera crujiente, todo ayuda en la configuración del ideario pagano, en la inquietud del silencio campestre. No se trata de laicismo, se trata de necesidades, de la fortaleza que la muerte despierta en la fe de la mano de su miedo imperativo.
En “Balada para el hombre quemado”, Federico Ybáñez Herrera nos pone de relieve muchas de las costumbres de los pueblos pequeños gracias a un marido celoso y crímenes impunes, enmarcados por el mito de Lázaro Blanco. La historia de dos hermanas enojadas con su madre a modo de road book es otro ejemplo que nos acerca Victoria Bayona con su cuento “Tres”, en torno a Gilda, afamada cantante devenida en santa.
Las peregrinaciones constantes de fieles que se rompen las piernas para cumplir sus votos en el medio de geografías accidentadas es una constante en las fotografías sobre estos fenómenos. Es tal la fe profesada que muchas veces se pone en riesgo hasta la vida, algo central en la trama de “Los peregrinos” de Martín Jali, donde un hijo se ve cooptado por el fenómeno en torno a Almita Visitación Sibila, con los carnavales y los bailes paganos antes citados. La meta discursiva “Arco cegado” de Esteban Leyes, recurre a los recónditos misterios de pueblo para contarnos sobre Carballito; un aire por el estilo se respira en “Curaciones” de Azucena Galettini, siguiendo las peripecias de la protagonista en su intento por vender su casa de San Juan con pasado turbulento mientras indirectamente se enquista el mito del Gaucho José Dolores.
“Ahora y en la hora de nuestra muerte” de Marcos Almada, evidencia en primera persona ese temor a la muerte con una descripción sinuosa y visceral de la agonía que cita a San La Muerte en el escenario que más cómodo le queda. A diferencia del relato de Manuel Megías, “Oscuridad”, que también usa la primera persona pero en clave de posesiones y un lenguaje coloquial, para ajustarse a la memoria de Juan Bautista Bairoletto en el barrio de Once, en una de las dos únicas incursiones porteñas del libro junto a la de “Heroína”, la crudísima e inquietante historia del travesti seseado por Nicolás Correa para detenerse en el popular Gauchito Gil, quizás el símbolo más grande del paganismo en la Argentina.
Las creencias populares siempre oficiaron de dignos disparadores de personajes y tramas, engrosaron la coyuntura de los relatos literarios a través de la historia, sobre todo por la cualidad inherente de éstas de facilitar la descripción detallada de los escenarios naturales de la sociedad, de los lugares comunes de los milagros y las curaciones ¿Qué es después de todo, si no la expresión más grande de deseos?
Paganos se nutre de prosa teológica, ya que con su no-ficción cree en esos santos, los destripa con un placer religioso, los rearma artesanalmente, reconfigurando su sentido.
“Entre las tumbas” de Agustín Montenegro, mezcla esa cultura de la fe enquistada en un pueblo en el medio de las elecciones a gobernador, matizando ambos fenómenos con el mito de Miguel, el angelito milagroso, con peronistas, troskistas y un personaje central escéptico pero enfermo. La violencia humana es denominador común en todos los cuentos, es probable que por el final trágico de la mayoría de las personas santificadas y el marucho de doce años, achurado por su patrón de “Creencias”, el atractivo y feroz cuento de Ana Ojeda, sobre el destino de El Maruchito, sirve como ejemplo.
El romanticismo de lo abstracto permite la ingestión de la magia, de lo místico en la narración y eso atraviesa cada historia hasta hacerla tangible. Los personajes son devotos y escépticos, pero nunca incólumes. Se tamizan, se van evaporando en la espesura del milagro concedido, después de todo sólo son excusas para trasladar la sensación de tener un santo a mano; porque después de todo, eso es lo importante a contar, la sensación de la percepción. En “Las Telesitas”, Esteban Castromán refleja las diferencias de la vida de la ciudad con el ritmo provinciano, apelando a una historia de trata en tono coloquial, con La Telesita como marco fundacional.
El miedo al sufrimiento, a la enfermedad, al dolor, a la tristeza, incluso a la soledad, en resumen, a la muerte. Todo ese paquete tan humano, tan convergente a la hora de señalar ese temor máximo del humano. Y claro, las figuras que logran milagros pueden cualquier cosa, hasta resucitar muertos.
Paganos, Antología de santos populares (2014)
Autores: varios
Editorial: Alto Pogo
Género: cuento