Por Diego L. García
Que un primer libro se plante sin “medias tintas ni vacilación”, como dice en la contratapa del mismo Claudia Masin, es para prestar atención. En su poesía, Melina Varnavoglou trabaja el cuerpo como un espacio de diferencias que ejerce la propiedad del relato y del verbo constructor. Revolución y deseo son dos términos claves en estas páginas que en el plano del lenguaje se proyectan como un acceso a decir más allá; porque militar sobre el deseo hecho propio es también poder decir aquello que ni siquiera es vislumbrado entre los límites del mundo discursivo hegemónico (esa moral de lo representable, ese imaginario normalizado). Así es cuando MAV escribe:
Eso hago
pero no olvido
que están ahí
lo infinito y el muelle
la silla, la soga.
O:
Yo quiero ser un cuadro
que cuando lo pongan en la pared
raje hasta el pétalo las cortinas
El “yo quiero” ante lo perturbante instaura un punto de resistencia, pero también de enunciación post comunicativa en cuanto producto digerible por el biendecir. El lenguaje del cuerpo es como “el pelo de las amigas”, mutable y abierto a la luz, no es un yo cerrado en la anécdota ni un crush-dummy literario como los que se usan para sufrir en ciertas ficciones. Rajar hasta el pétalo lo que la pupila de hoy puede justificar, rajar hasta el pétalo la basura/las cortinas y lo que está detrás. Hacerlo con la belleza que puede lastimar mejor. Y salir y ocupar la superficie donde los barcos se quiebran (en naves para ser quemadas, así avanza el pulso de este libro). Porque también se trata de eso. La posición de la autora no es una disputa por el lugar de otredad frente a la opresión patriarcal sino un golpe, un estallido, una guerra. En “Gatas que lloran de noche”, piensa:
Debería enfurecerlas
sembrar en sus corazones
el odio y la resistencia
deberíamos librar
yo en la cama
ellas en los techos
la misma guerra
y un día finalmente
huir
Debemos leerlo en términos literarios, no menos, por ello, destructivos. Es el derecho a decir odio y resistencia, a escribir el desprecio, la ferocidad, incluso la venganza. La voz afirma:
Permítanme el derecho al desastre:
Yo no soy hermosa
No soy buena
Ni inteligente
En términos de escritura, lo que MAV hace es alejarse de la forma apropiada, del efecto aplaudible, del concurso por encajar en los patrones de turno. Si en su famoso poema “One Art” Elizabeth Bishop rescataba el dominio del arte de perder, de perderlo todo pero sin llegar al desastre (“I miss them, but it wasn’t a disaster”), en el caso de nuestra poeta ese límite se quiebra. En el después ya no hay bordes que contengan lo que va a producirse; corre por mano propia el trabajo final (“como si con el taco agujereara la bolsa de basura / tendrá latas de tomate / remedios vencidos tendrá / sus pañales”). Tal vez más cercano al pensamiento de Blanchot cuando dice que “el desastre desescribe” (La escritura del desastre) y nos sitúa ante lo no pensable, lo no representable. La poesía nos pone ante la tarea de desescribir lo colmado, lo saturado, aquello que ya es un constructo muerto y que resiste sin aceptar pérdidas ni fisuras en su sentido. Vemos el horizonte de este poemario: “Es esto Dios. Una destrucción”, concluye la voz de Maria Sybila Marian, la gran naturalista, en pleno éxtasis de libertad. Me encanta, a propósito, un verso de ese mismo poema que refiere a la técnica de esta mujer: “el boceto un registro no tan colonial”; pareciera una forma de entrar también en la poesía que no da nunca la pincelada final, que no pule los bordes del asunto, sino que olvida un poco el reclamo del mercantilismo y su producto vendible.
Leer una poesía como la de Melina es ahondar en esa fractura necesaria sin redes de contención ni titubeos. Por mano propia es un boceto inflamable trazado con el espíritu liberado y las convicciones sin dictado alguno.
Por mano propia (2019)
Autora: Melina Alexia Varnavoglou
Editorial: Caleta Olivia
Género: poesía
Complemento circunstancial musical: