Julián Lucero
“Lo bueno, cuando breve, dos veces bueno” es una frase que define la obra de María Victoria Vázquez. Frío se disfruta como un viaje vertiginoso con resultados inusuales en la literatura. Es como si uno observara centenares de paisajes llamativos, violentos, seductores, en poco tiempo; poco para vivirlo y mucho para sobrevivirlo. Es una joya rara que nos invita a delinquir, a armonizar con su carácter de prohibida. Es un fruto exótico que cuando saboreamos resulta adictivo y nos deja con ganas de más.
Los cuentos de Frío resultan de lo más variopintos, realistas y fantásticos. Atrapan y rematan en finales impecables, muy ingeniosos. Las tramas esconden, como códigos enigmáticos, múltiples lecturas, moralejas, paradojas, metáforas y analogías que se enmarañan y se prestan a la reflexión constante. Muestran sólo la superficie, la cáscara de situaciones que transcurren y que en algún punto se tuercen, se resuelven o cesan. María Victoria Vázquez construye una suerte de homenaje a los grandes escritores del género fantástico. Decora la realidad con sucesos extraños para hacerla más atractiva para el lector; despliega historias que parecen pequeñas y que se desgranan gradualmente en un viaje tan complejo como fugaz.
Lo abrupto está presente en muchos de sus relatos, lo grotesco, lo corrosivo. Hay elementos presentes en los cuentos “Única”,” Herbología” y “Troglodita” que sólo percibí, en mi experiencia como lector, en la literatura de Silvina Ocampo y que me resultaron maravillosos por el hecho de detectar dejos de una autora, de semejante envergadura, en una obra contemporánea; su rareza, su genuinidad. Mencionando a otro grande, hay relatos que me hicieron pensar en Julio Cortázar, como por ejemplo “Colonización” y “Laberinto”; historias familiares, historias de rupturas, de vidas derrumbadas y realidades mutantes.
El terror se manifiesta en este libro en sus formas más primitivas y caníbales. Hay un epígrafe del gran Alberto Laiseca y relatos derivados de su gran herencia. Leí “Atlantis” e inmediatamente me transporté a un cuento suyo, del cual no recuerdo el nombre, que formaba parte de una antología de historias de terror que incluía también trabajos de otros escritores argentinos contemporáneos como Mariana Enriquez, Claudia Piñeiro, Federico Jeanmaire y Federico Andahazi, entre otros. También el misticismo, lo bíblico y el misterio de la fe aparecen en los relatos. Todo lo conocemos o creíamos conocer sobre religión está versionado originalmente, contado de formas tan frescas como ardientes, porque existen infiernos en estas letras, tanto edilicios como personales.
Otra de las cualidades que más me atrajo de Frío, es que muchos de sus cuentos tienen ritmo de cine. Son breves pero tan descriptivos que le permiten al lector forjar imágenes, explorarlas y perderse deliciosamente en ellas. A “Vecinos” la asocié con películas de Diego Lerman como “Tan de repente” o “La mirada invisible” así como también a la amplia obra de Pedro Almodóvar. El por qué de esta relación cine-literatura, radica en algunos aspectos fetichistas, en las fantasías, en relaciones interrumpidas por barreras que se definen por la constante búsqueda, por situaciones en las que el deseo, la pasión y los sentimientos se desdibujan. “Denominación” tiene la tónica de una película de Lucrecia Martel, tan lineal y anecdótica como cargada de existencialismo, de aspectos tan complejos y relevantes como el propio ser y su naturaleza.
Frío es un libro que por momentos destila ácido. Algunos cuentos nacen de una mezcla rara e inestable de humor ácido y realismo. A veces la acidez se incrementa y consume a los personajes dejándolos en situaciones vulnerables, temerosos, frágiles.
Según el prólogo de Marcelo Rubio, habrá más libros de María Victoria Vázquez, libros que espero ansioso leer. Frío es una invitación, un paseo por un universo tan fugaz como infinito.
Frío (2016)
Autora: María Victoria Vázquez
Editorial: Textos Intrusos
Género: cuentos