Por Analía Pinto
En tiempos en que se publican más libros por segundo de los que es humanamente posible leer (no digamos ya adquirir) y en los que las empresas editoriales más que nunca se manejan como tales, es digno de celebración que todavía haya autores y editores dispuestos a ir por otros caminos, a cuidar sus productos, a trabajar con verdadero ahínco en ellos, a creer que es posible hacer las cosas de otro modo y no morir en el intento.
En tiempos en que cualquier fulano que haya logrado salir del infierno de las facturas de grasa o haya escapado del flagelo del soneto con estrambote se siente habilitado a escribir y a publicar sobre esas tremebundas odiseas existenciales sin el menor interés y sin el menor trabajo literario sobre su redacción, es destacable que todavía haya escritores con ganas de contar historias (ni más ni menos) y editores lo suficientemente despiertos como para publicarlas con cariño y olvidarse de las modas editoriales.
En tiempos en que el relato anodino parece haber ganado la partida, El lugar de lo vivido (Malisia, 2018), primera novela de Cristian Vázquez, es una obra que transcurre en el conurbano, más precisamente en Florencio Varela, y engarza pequeñas historias en una historia más grande, la del protagonista, que no voy a develar del todo aquí, pero que se me hace muy querida y querible por haber transitado lugares similares en momentos también similares (por ejemplo, la verdadera y tremebunda odisea existencial de levantarse antes de las seis de la mañana para llegar a tiempo a tomar el tren a La Plata para cursar una materia en la facultad a las ocho…).
Y aquí quiero destacar una de las cosas que más me gustan del libro: que esos lugares que conocí por haber vivido muy cerca (más exactamente en un gris suburbio quilmeño) hayan ingresado ahora a la geografía mítica de la literatura y acompañen, por ejemplo, al Villa Domínico y al San Francisco Solano de las novelas de mi amado Jorge Asís, y tengan (o vayan a tener con el tiempo) la misma estatura mítica que el París del siglo XIX, la Buenos Aires arltriana de los años 30 o la isla de Nantucket, cuna de balleneros, por citar tres ejemplos muy caros a mi geografía literaria. Es una especie de santo y seña y también de caricia, si cabe el término, encontrar en el mundo de la ficción lugares que uno ha visto y conocido (¿quién no pasó por la puerta del Ruca Malen viviendo en el sur, eh? No dije entrar, mal pensados, dije “pasar por la puerta”), lugares que uno nunca imaginó que pudieran ser parte de una novela hasta que viene un escritor como Cristian Vázquez y los ubica sin esfuerzo y con justicia en ese mapa que es más grande y más vasto y más hermoso que el propio territorio, por supuesto.
El lugar de lo vivido es, si hay que ponerle algún cartelito identificatorio para calmar ánimos cataloguistas, una novela de aprendizaje conurbanita. El protagonista es un joven que está a punto de cumplir veinte años, vive en Florencio Varela, estudia periodismo (no deportivo sino “general”) en La Plata y tiene un grupo de amigos entrañable al que se sumarán algunas nuevas compañías que lo envolverán en una trama de la que emergirá otro. Ni mejor ni peor, sino otro. Y entremedio, claro, el amor, el inefable amor, que complica aún más las cosas. Narrada en primera persona, como corresponde a su género, la novela desgrana y engarza pequeñas historias que los personajes se van contando unos a otros y que le merecen agudas y serias reflexiones al protagonista, que el autor tuvo el tino de dejar caer como quien no quiere la cosa, en consonancia tanto con el carácter del protagonista como con el contexto en el que se desplaza. Así se logra que no desentonen las referencias literarias o lingüísticas, que se aunan perfectamente con los partidos de truco y de fútbol que libran los protagonistas, así como con las pequeñas grandes tragedias del barrio.
En tiempos en que sólo parecen importar las grandes épicas, los gestos vacíos y ampulosos, las vociferaciones exentas de todo contenido, hay que encomiar enfáticamente una novela que apuesta a lo mínimo, a lo íntimo, a lo cotidiano y a lo sencillo sin rebajarse jamás al facilismo de la trama o al efectismo de la forma. El lugar de lo vivido es, además, el vivo y áspero retrato de una época en la que yo también, como el protagonista, esperaba platos voladores surcando el cielo y toda clase de adelantos galácticos que el año 2000 no cesaba de prometernos en nuestra infancia y que, como es bien sabido, nunca cumplió.
El lugar de lo vivido (2018)
Autor: Cristian Vázquez
Editorial: Malisia
Género: novela
Complemento circunstancial musical: