Por Nicolás Hochman
Marlon Vilela estaba un poco loco. Supongo que todos los que anduvieron mucho tiempo con Gombrowicz lo estuvieron. Pero él, particularmente él, se vio muy afectado por esa relación que lo marcó como algunas relaciones marcan una identidad que después no puede volver atrás. Gombrowicz hizo mella en Marlon, que se fue construyendo como pudo. Y lo que pudo hacer no es poco.
La mañana del 10 de enero es una novela que forma parte de ese género que podríamos definir como “autobiográfico”. Aunque claro: si la palabra es metáfora de algo más, todo relato de uno mismo es inevitablemente una ficción de otra cosa. En este sentido, importa poco si lo que Vilela cuenta son los hechos tal como sucedieron o no: estamos frente a algo más, a algo que probablemente se asemeja mucho a su cotidianeidad, a un personaje que tiene rasgos suyos, expresiones suyas y pensamientos suyos, pero que es otro. Un alter ego que se le escapa, que puesto a disposición del lector se convierte en vaya uno a saber quién es.
La novela habla de la necesidad de escribir y ser leído, de la búsqueda de publicar, de las dificultades que eso implica, del padecimiento, del miedo, del boicoteo a sí mismo. Algo que muchos escritores sabrán comprender. Pero habla también de esa mescolanza emocional en una cuadrilátero espacial definido por La Plata, Salto, Tandil y Buenos Aires, espacios que marcan la condición de posibilidad de lo que ocurre. No porque sí, sino porque es ahí donde hay amigos y mujeres que definen qué se puede hacer y qué no. Y, en medio de todo eso, un fantasma que casi no se nombra, un polaco que ya no está, que se murió, pero que con apariciones casi espectrales hace fuerza para no desaparecer. Los lectores gombrowiczianos sabrán descubrir las menciones sutiles que van surgiendo, así como también la presencia de nombres que son parte de un folclore: Mariano Betelú, Jorge Di Paola, Miguel Grinberg, Antonio Dal Masetto.
Marlon Vilela escribió una novela en la que es implacable con los detalles de lo cotidiano. Se aferra a ellos como si en esa obsesión encontrara el camino de la supervivencia, la receta para no volverse del todo loco. O tal vez sea, por el contrario, que la locura se constituye justamente ahí, donde él le otorga importancia a cosas que para otros no la tienen. Cómo saberlo. Vilela no lo aclara, para bien, y lo que deja como obra póstuma es una historia que le hace honor a la colección donde sale publicada. Una rareza que obliga a preguntarse cómo serían esos otros manuscritos suyos que no conocemos y que tuvieron como destino el fuego que todo lo purifica. Menos la memoria.
La mañana del 10 de enero (2015)
Autor: Jorge “Marlon” Vilela
Editorial: Biblioteca Nacional. Colección Los raros
Género: novela